Tierras Robadas: La Roca del Destino
Por favor, téngase en cuenta que está el proceso de producción. Todo este material podrá y SERÁ modificado y corregido poco a poco. En el foro posteo los primeros 5 capítulos del libro para daros una idea de qué irá, con suerte este verano lo acabaré y publicaré. Preludio
Dicen que la tierra ha sido formada por viejos espíritus. Otros afirman que fueron unos Dioses los responsables, mientras los más raros creen que todo se debe a los Titanes.
A pesar de que nadie lo sabe, hay una cosa que está segura. Lo cierto es que en las actuales Tierras Robadas al principio sólo existían elfos, que vivían en paz y armonía con los bosques y la naturaleza.
Pero llegó un día cuando un grupo de exploradores élficos volvió a Moonlight, capital de su raza, diciendo que divisó una gran flota con banderas desconocidas acercándose por el este.
Eran las que posteriormente fueron denominadas “razas inferiores”, entre las cuales estaban los humanos, enanos, pielesverdes y pielesazules.
Pronto todos ellos desembarcaron, y los exploradores llevaron a los representantes de cada pueblo ante el rey élfico.
Los extranjeros contaron una terrible historia en la que fueron desterrados de sus tierras por unas extrañas criaturas sombrías, una especie de nubes etéreas.
Los elfos aceptaron la presencia de todos ellos, e incluso ofrecieron un territorio para cada pueblo. Pero el problema vino cuando resultó ser que los intrusos no podían vivir en paz. Y comenzó una guerra sin fin aparente, la denominada Primera Guerra.
Los elfos estaban desesperados intentando pararla, pero no encontraban una solución.
Así un sabio rey elfo decidió crear un acuerdo, un pergamino mágico que otorgaba un territorio a cada raza, que era propio sólo de esa nación, y obligaba a cada pueblo luchar contra la única que se rebelase a las nuevas leyes que garantizarían la paz en las Tierras.
Así los pielesverdes y azules se fueron a Zorgar, una tierra desértica, pero con densas junglas al sur, los enanos y medianos se quedaron con Dol'Amoth, un lugar montañoso al norte, y los humanos fueron a Theregarde, una gran isla al sureste del continente.
Para que las razas no pudieran guerrear, los elfos se quedaron el territorio central, llamado Kul'Amoth.
Tras firmar este acuerdo, después llamado Contrato, las tierras que antes eran sólo élficas se comenzaron a llamar “Tierras Robadas”, para recordar que un tiempo atrás eran propiedad exclusiva de la raza superior.
Capítulo 1:
El Encuentro
Gildor corría. Intentaba escapar de una extraña bestia alada, pero la criatura era demasiado rápida. No podía esconderse, estaba en un estrecho túnel helado y el monstruo ya lo alcanzaba. Ya sentía cómo le respiraba en la espalda, y cómo sus garras le desgarraban la carne.
Y entonces despertó.
Estaba tumbado en una cama dura y bastante corta para un elfo, jadeando, y con el corazón batiendo aún a ritmo de vértigo, como si fuera realidad lo que acababa de ver.
Se tranquilizó, y comenzó a reconocer el lugar donde estaba y qué era lo que tenía que hacer.
Se encontraba en la taberna enana de los Dos Ponis Cojos. Viajaba del norte de Dol'Amoth a Moonlight, para informar a Xenon, el rey elfo, sobre un hecho de importancia vital para el reino.
Se vistió, y bajó al comedor. Incluso de madrugada, éste estaba lleno de enanos, y demás razas medianas, la mayoría de los cuales estaban borrachos. La sala estaba hecha de madera, y en el centro había un gran horno de piedra. Un enano estaba divirtiendo a la gente mostrando sus inventos, mientras su ayudante “limpiaba” los bolsillos del público despistado.
Gildor se dirigía a la puerta de la salida, cuando algo le llamó la atención.
Tres barbudos enanos, sentados en un rincón oscuro y claramente borrachos, discutían en voz baja pero audible para los finos oídos del elfo.
– ¡Oídme, los elfos se preparan para la guerra! – Proclamó el primero.
– ¿Qué clase de guerra? ¡Los elfos son demasiado perezosos! – Replicó el segundo.
– ¡Eso creo! ¡No se atreverán a salir de sus amados bosques de Moonlight! – Insertó su opinión el tercero.
– Sabéis perfectamente que un extraño artefacto de gran poder se ubica en el norte, ¡Y los elfos no tardarán en descubrirlo!
– Janus, has bebido demasiado. No hay ningún artefacto en ninguna parte.
– ¡Y yo digo que sí lo hay!
– ¡Calla! - Uno de los enanos miró a Gildor y susurró - Hay un elfo allí.
Los enanos clavaron sus ojos – parcialmente invisibles detrás de las gigantescas y pesadas cejas – en el elfo, que era el representante perfecto de lo que las razas inferiores solían pensar sobre la apariencia del “típico” elfo. Una piel pálida, con cara de rasgos agudos. Sus orejas, puntiagudas, igual que las flechas que tenía en un carcaj tras la espalda. Los ojos de color verde intenso armonizaban en color con la larga y magullada capa. Una camisa blanca de seda, enfundada en pantalones de cuero marrón. En los pies, unas botas de un cuero rojo, aparentemente muy caro, lo cual demostraba que el elfo no era un simple plebeyo.
El extranjero - para los enanos - salió de la taberna.
La noche era fresca y muy oscura, aunque esto último no le preocupaba nada a Gildor, pues su visión élfica le permitía ver el calor de los cuerpos en la oscuridad.
Se cubrió la cabeza con la capucha verde, y siguió su camino hacia la capital élfica. Se había parado en una posada enana cerca del borde de su reino, pero aún tenía que cruzar un largo tramo de montañas hacia el oeste, porque en el sur se encontraba un río de agua helada, imposible de cruzar en esta época del año. Tras esto llegaría a los bosques de Kul'Amoth, la tierra élfica.
Viajó durante varios días sin dormir y estaba muy cansado. A pesar de ser elfo, también necesitaba descansar de vez en cuando.
Encontró un prado plano, protegido por grandes pinos por una parte, y una roca casi vertical por otra. Los árboles parecieron percatarse de su presencia y se apartaron un poco del intruso, pero Gildor acampó de todas formas, este territorio ya pertenecía a Kul’Amoth, era su tierra natal. Hizo un fuego – pequeño, para no asustar aún más a los árboles, - cazó un conejo, – Gildor era un arquero muy hábil y no gastó muchas flechas para matar al escurridizo animal – Y, tras despellejarlo y despojarlo, lo preparó para asar.
Tras la no muy deliciosa cena se acostó sobre el suelo, poniendo su mochila bajo la cabeza anteriormente, y se durmió.
Después de un par de horas se despertó, jadeando de la misma manera que hace unos días en la taberna, pues vio otra vez el mismo sueño.
– ¿Quizás significa algo? - Se preguntó Gildor a sí mismo, mientras recogía sus pertenencias y se preparaba para reanudar el viaje.
Aunque en las Tierras Robadas la magia era un poder muy común y cada ser sensato podía aprender a usarla, Gildor no la practicaba, era un cazador que confiaba solo en sí mismo y en sus armas, pocas veces usaba poderes arcanos. Por ese motivo, sus preocupaciones sobre el sueño crecieron aún más.
Unas semanas después, y tras ver unos cuantos sueños iguales, Gildor llegó a la mitad de los bosques de Kul'Amoth. Aquí se sintió seguro, ya que conocía bastante bien la zona.
Por ese motivo no esperaba ver un pequeño hacha clavarse en el árbol que tenía al lado.
Gildor giró sobre sí mismo y desenfundó su arco, todo en un solo movimiento. Lo que vio le extrañó mucho.
Un enorme y delgado trol de piel azul claro corría hacia él, con otro hacha preparada para lanzar. Esta vez el hacha tenía como blanco el pecho de Gildor, y le habría dado si no fuera porque el hábil elfo se agachara y rodara por el suelo, hasta situarse tras una roca entre dos árboles. Lanzó una flecha, y ésta se clavó en la pierna del pielazul, que estaba corriendo a toda velocidad.
El trol se tambaleó y cayó al suelo, soltando sus armas arrojadizas.
Gildor se acercó, apuntando al trol con su arco tensado.
– ¿Quién, por la Roca del Destino, eres? – Preguntó el elfo, teniendo a su enemigo tumbado bajo una flecha que agarraba en un puño.
– Yo... yo ser explorador. - Con una voz alta y algo ronca, con ciertas dificultades de pronunciación del común, contestó el trol - No matar a mí. Yo ser útil.
– ¿Que no te mate? ¡Maldita sea, acabas de estar a punto de matarme a mí y ahora me pides piedad! Siempre pensaba que el Contrato era un error, y tú eres el mejor ejemplo. Debíamos haberos exterminado a todos, ¡Ni siquiera los humanos atacan al primero que ven!
La cabeza del trol, con su extraña forma esquelética, se estremeció.
– Yo pedir perdón. No ver que tú ser elfo. Pensar que tú ser... Animal.
– ¿Ahora me dices que tienes problemas de vista? Vamos trol, para ti puedo ser solo un elfo, pero no soy tan estúpido como crees. Te tendré que llevar ante la Guardia élfica, con suerte considerarán esto una incursión por parte de vuestra raza y tú lo pagarás.
Gildor dejó el arco a un lado, sin apartar la flecha del cuello del incursor trol, y sacó una cuerda de una de las numerosas bolsas de su cinturón. Levantó al trol, y le ató las manos por detrás.
– Que sepas que estas cuerdas son mágicas, aunque creo que no me entiendes, “tú no poder escapar” – El elfo se burló de su preso mientras acababa el nudo - ¿Por qué estás tan tranquilo? Puede que sean tus últimos momentos libres...
– No elfo, no lo serán. Creerme...
Gildor dejó el nudo para observar mejor a su cautivo.
El trol, que el elfo ha considerado completamente normal - para su raza-, no lo era.
En su cinturón el elfo pudo observar una daga, un arma muy extravagante para los pielesazules, además de un par de bolsas selladas. Al lado, enfundadas en unas bolsas especiales de cuero negro, vio unos tubos de ensayo y probetas de cristal, vacíos y, a pesar de que el elfo no sabía mucho sobre alquimia, parecían haber sido usados varias veces para preparar algo que no podía ser una simple bebida cuotidiana.
– ¿Qué llevas en esas bolsas? – Preguntó retóricamente, pues pensaba que el trol se callaría la respuesta
– Hierbas. - Contestó éste sin dudar – Ser alquimista.
– Hace unos momentos decías que eres explorador... – Comentó Gildor en voz baja
– Yo mentir.
– ¿Y cómo sé que no mientes al decir que tienes hierbas ahí? Aunque tengas lo que tengas, eso ya no te ayudará. Te llevaré ante la Guardia Real, y ellos decidirán tu futuro. Tendrás suerte si nuestro carcelero no te tortura antes de tu ejecución.
Dejando de observar el cinturón, que parecía una armadura por las numerosas cosas que tenía colgado, Gildor comenzó a inspeccionar el resto de la indumentaria del “alquimista”.
El trol vestía una falda de tela roja que vio tiempos mejores. Ahora parecían harapos más que una ropa decente.
Tenía un porta hachas en la espalda, hecho de madera rudimentaria.
No llevaba nada que le cubriera los pies.
Gildor comentó para sí mismo que si el pielazul de verdad era alquimista, debía de ser un exiliado. Si no, no se explicaba que hacía en estas tierras y con esas ropas.
– Bien, no podemos perder más tiempo. Debemos partir a la capital, el Astro ya casi bajó. Aún no hemos cruzado ni la mitad del bosque de Kul’Amoth, y hasta que no lo hagamos no podremos estar seguros de que no nos toparemos con una bestia – Gildor sonrió – pero si tenemos la mala suerte, al menos podré escapar yo tirándote a ella.
Llegaron a las afueras del territorio protegido por los guardabosques élficos, delimitado por el gran río Sunset, en sólo unos días. Todo debido a que Gildor no dejaba dar un respiro a su cautivo. Una noche el elfo decidió dejarle descansar al fin, antes de presentarlo ante la Guardia, pues no quería que creyeran que maltrataba al preso político. El pielazul lo entendía, pero no podía – ni quería – hacer nada. Para él este descanso tan anhelado era una posibilidad de reponer fuerzas antes del viaje que pretendía empezar después de que los elfos lo soltaran.
Acamparon cerca de una cueva, – que Gildor conocía perfectamente, pasó su infancia jugando con amigos, la mayoría de los cuales murieron de mano de las bestias forestales, en ella, – y el elfo decidió dejar descansar a los árboles y no encender un fuego, de todos modos estos bosques estaban protegidos por los montaraces élficos, los únicos que aún se preocupaban por la Naturaleza y los bosques de Kul’Amoth. Eran pocos, y por eso no podían ocuparse de todas las regiones del inmenso bosque, pero Gildor ya vio varios pares de ojos observándolos desde las sombras.
El explorador dejó al trol preparar su propia cama, – y consideraba un acto de gran bondad el hacerlo, – aunque a éste le bastaba poner varias piedras bajo la cabeza para dormir bien. Gildor no se extrañó, pues oyó varias historias sobre lo que los pielesazules contaban de su procedencia, decían que aparecieron de las piedras – de ahí su aspecto “cuadrado”. El elfo lo dudaba, pues pensaba que todas las razas inferiores eran unos bárbaros, no dignos de ocupar unas tierras que en el pasado eran completa propiedad de los elfos.
Pero Gildor sabía que sería imposible expulsar a todos los extranjeros, ya que durante el millar de años que vivían en las Tierras Robadas, tuvieron ocasión de consolidarse en sus capitales. Los humanos de Theregarde, además de numerosas ciudades repartidas por toda la isla, construyeron una inmensa e impresionante – para su raza – estructura alrededor de una montaña entera, que les servía como protección contra cualquier tipo de ataque en los años de la Guerra, aunque tras ésta los hombres decidieron en señal de paz derribar los muros de la ciudad. Era un caso único, pues los enanos de Stonefort nunca han destruido ni siquiera la más pequeña de sus estructuras, para ellos cada edificio era una obra de arte arquitectónico de valor incalculable.
Sin embargo, algunas de las razas no pasaron la Guerra encerrados tras las murallas de sus ciudades. Los pielesverdes nunca fueron aniquilados – a pesar de ser inferiores en número respecto a los humanos – porque su ciudad capital, Zorgar, era un gigante campamento móvil, compuesto en su integridad por tiendas de campaña - cada semana la ciudad cambiaba su posición. Tras el Contrato la ciudad de los pielesverdes se movía cada vez menos, hasta que un año no cambiaron su posición jamás. Desde esa época, la ciudad permanecía inmóvil entre dos montañas de rocarcilla, aunque la mayoría de sus ocupantes seguían viviendo en sus viejas tiendas de campaña. Los pielesazules, que se llamaban a sí mismos “trols” preferían quedarse en sus selvas salvajes del sur del continente. Muy pocas veces fueron vistos en guerra, aunque algunos de ellos se hicieron mercenarios, y pasaron a ser famosos héroes para aquellos con quienes trabajaron.
Los elfos eran un caso especial, pues sus gentes siempre luchaban por la paz, aunque cada nuevo rey – muchos de ellos fueron asesinados durante sus campañas “pacificadoras”, – se alejaba más y más de su Camino Inicial, hasta que un año, simplemente dejaron de creer en la Madre Naturaleza y en el Padre Destino, convirtiéndose en seres fríos e insensibles, pero aumentando su capacidad militar. Poco tiempo pasó hasta que se formó una hermandad de guardabosques y montaraces que decidieron seguir sirviendo a sus Tierras, en vez de los cada vez más corruptos reyes.
Gildor se despertó en sudor frío. Otra vez el mismo sueño, que cada día duraba unos instantes más. Ahora, al escapar de la bestia garruda, se escondía tras una gran roca. Justo en el instante que pensaba que iba a morir, sonaba un sonido muy extraño, y se despertaba.
El elfo pensaba que todo esto tenía su sentido, y parecía una novela de aventuras donde cada sueño leía una página nueva, aunque ésta fuera muy corta.
Se levantó, y cuando comenzó la ruta hacia el arroyo de agua fría, notó que su prisionero estaba despierto, sentado y mirándole.
– ¿Malos sueños tú tener? – Preguntó con una voz que parecía sonar de otro mundo.
– Nada interesante. – Le cortó Gildor, – Al menos para ti.
– Mi gente pensar que malos sueños sueñan malas personas.
– Sí, y que son predicciones del futuro – Replicó el elfo, con sarcasmo.
– Tú reírte de nuestra gente. Tú estar equivocado al creernos incapaces de pensar. Nosotros saber no menos que tú.
La última afirmación del trol hizo a Gildor recordar que el pielazul era su prisionero y que debía llevarlo ante la Guardia. Esto le volvió al humor de los días pasados.
– Calla, tú no sabes nada de nuestra gente. Y ahora, sigamos el camino, “alquimista” - Gruñó el elfo, destacando la última palabra.
No tardaron mucho en subir la colina en los pies de la cual se encontraba la caverna, y cuando llegaron a la cima, un fantástico panorama se abrió ante ellos.
La ciudad de Moonlight, en todo su esplendor, estaba bajo sus pies.
Construida hace miles de años, la capital de los elfos rodeaba un Árbol Milenario, uno de los pocos que quedaban en las Tierras Robadas. El Árbol, como su nombre indicaba, tenía varios miles de años, pero también miles de metros de altura.
En las épocas de su construcción, los arquitectos crearon una ciudad que convivía completamente con la Madre Naturaleza y su encarnación arbórea, y servía como hogar a muchas vidas.
Tras la Guerra, sin embargo, los reyes élficos destruían lo construido cada vez más.
Uno de los reyes construyó una gigantesca muralla de piedra alrededor de toda la ciudad, para proteger a los ciudadanos durante la Guerra.
Uno de una época posterior al Contrato, creó estructuras hechas plenamente de piedras y metales preciados, para que los comerciantes se vean atraídos a mover sus negocios a las tiendas construidas en unos lugares más lujosos.
Gildor odiaba a su gente tal y como era ahora. Nunca se atrevió a unirse a los guardabosques, al menos no oficialmente, pero compartía su visión del mundo. Tras la llegada de los bárbaros, los elfos cada vez degradaban más. Ahora eran como los humanos, pero vivían cientos – si no miles – de años.
Tardaron una hora en bajar la colina y llegar a la entrada sureste de la ciudad. Gildor saludó a los guardias – quienes miraban con asco y desprecio al pielazul – y entró por la puerta, que desde el Contrato no volvió a abrirse.
En los últimos años, la ciudad creció mucho. Quizás gracias a la nueva orden de Xenon, el actual rey élfico, de permitir la venta de edificios a no-residentes de la ciudad. Muchos no estaban de acuerdo con este acto, pero no podían hacer nada. El rey era un perfecto ejemplo de los elfos modernos, quienes no solo pensaban que las razas inferiores tenían derecho a vivir en todas Tierras Robadas, sino también intentaban sacar cualquier provecho de ellas. La recién descubierta para los elfos profesión de comerciante traía mucho oro a la gente que la practicaba, y cada vez más elfos se “modernizaban”. Solo la minoría – Gildor estaba entre ellos, – pensaban lo contrario, y creían que la forma de vida que llevaban durante miles de años no debía ser cambiada.
Ahora, miles de seres de distintas razas se instalaron en la ciudad, y Gildor tuvo bastantes dificultades para a su prisionero a través de la multitud hacia la entrada del Árbol, donde se encontraba el palacio real, y las mazmorras, entre otros muchos edificios.
– ¡Alto! – Gritó uno de los Guardias Reales al observar que el elfo, llevando al trol detrás, se dirigía a la entrada, pero cuando éste se acercó y su rostro se hizo visible, rectificó: – Ah, es usted señor Gildor. Su padre le estaba esperando mañana…
– No me dirijo hacía él, Hans – le cortó Gildor – Tengo que llevar a este prisionero a las mazmorras. Quizás Zackren trate de sacar un protocolo de invasión por parte de su raza, y si no, puede que haya alguna recompensa por traer a un espía potencial.
– Pues te deseo suerte, porque dicen que nuestro alcaide últimamente no está de buen humor.
– Yo tampoco… - Dijo Gildor, tras lo cual entró en la oscuridad del Árbol, llevando a su prisionero detrás, sin más discusiones.
Mientras tanto, no muy lejos de ahí, un ancestral poder despertaba de su largo sueño.
Tenía una misión que cumplir, y de su éxito dependía la salvación o la destrucción de las Tierras Robadas, o quizás del mundo entero.
Capítulo 2:
La Búsqueda
El rey estaba sentado sobre su trono, en sus aposentos privados. Ni siquiera los Guardias Reales podían entrar aquí, y distraerlo de sus pensamientos. Pero sabía que ese día su tranquilidad no duraría mucho tiempo. Hacía poco le informaron sobre un hecho que le enfureció, extrañó e intrigó por igual. Tenía que actuar de inmediato para impedir lo que iba a suceder. Y, ante la gravedad del asunto, decidió encargar el trabajo a sus mejores ayudantes.
Pero de repente una puerta se abrió, sacándolo de sus pensamientos, y un joven elfo entró.
– Gildor, el Sin Apellido, ante usted, majestad – Informó el Guardia que abrió la puerta.
El intruso, sin pararse, cruzó la sala, dejando pisadas de barro sobre unas bellas alfombras sin remordimiento, y se arrodilló ante el trono real.
– Majestad… - Murmuró el elfo, manteniendo la vista pegada en los pies del monarca, como lo mandaba el código.
– Levántate, hijo mío. – Contestó Xenon, con una voz muy profunda y, aparentemente, sabia, – Y, te lo ruego, llámame padre.
Gildor, confuso, levantó su mirada y miró al rey.
– Me has expulsado de la familia cuando era solo un muchacho, ni siquiera tengo el privilegio de gozar de un apellido, he pasado mi juventud entre las peores compañías que se pueden encontrar en Moonlight, – Gildor echó una mirada a una cicatriz en su mano derecha, – ¿Y ahora me pides que te llame padre? Debo suponer que quieres algo de mí.
– Sabes perfectamente que he tenido que dejarte por cuestiones muy importantes, no tenía elección. Siempre anhelaba tener un hijo, un sucesor, y cuál fue mi horror y pena al saber que debía dejarte, aparentar ni siquiera tener relación alguna contigo e ignorar tu existencia por completo.
– Solo son excusas… – Murmuró Gildor, apartando la vista de su padre para observar la sala en la que se encontraba, y añadió, – No has contestado a mi pregunta.
– La eterna amenaza que supone la vida en las calles de la ciudad te ha convertido en un hábil e inteligente guerrero… Tus suposiciones eran correctas – necesito tu ayuda.
– Sabes perfectamente, – Gildor imitó la voz de su progenitor – que al crecer en las calles de la ciudad además de convertirme en, como tú dices, un hábil guerrero, me he convertido también en un pobre. Siento decirlo, pero no tengo nada que ofrecerte. Nada – El joven hizo un acento especial en la última palabra.
– Te equivocas… Me he enterado de que casi eres miembro oficial de los Montaraces, y eso dice mucho sobre tus posibilidades, ellos solo cogen a los mejores.
– No he venido para escuchar tus lecciones, he estado investigando en la ciudad enana, Stonefort. He conseguido más información sobre los rumores del posible…
– Eso ya no importa. – El rey se levantó (dejando a Gildor con la boca abierta, pues el elfo pasó varios meses intentando conseguir la información necesaria), y se acercó a una mesa que se encontraba a la izquierda del trono, bajo una inmensa ventana a través de la cual se veían otras ramas del Árbol, luciendo luces amarillentas, puesto que ya hace muchos años que los elfos dejaron de usar fuentes de luz arcanas – el fuego normal y corriente era mucho más barato. En la mesa se encontraba un mapa de las Tierras Robadas y las zonas costeras de los dos continentes adyacentes. El mapa, a pesar de no ser muy detallado, tenía toda la información esencial sobre la geografía del continente. Lo cual no se podía decir sobre el detalle de las otras dos tierras, pues nadie nunca desembarcó en ellas, sin contar, quizás, a Sirion el Navegante.
Gildor también se acercó al mapa.
– Los Montaraces son unos afamados protectores de nuestros Bosques, pero algunos de ellos prefieren una vida solitaria como exploradores. Unos pocos, incluso, se adentraron aquí. – Xenon señaló una zona verde bastante lejos al sureste de la capital élfica – Conoces este bosque, ¿Verdad?
Gildor lo conocía. Y “El Bosque del Destino” fue lo único que pudo susurrar.
Víctor van Hostef estaba sentado en una colina de la isla de Theregarde. Desde aquí se podía observar la homónima ciudad, en todo su esplendor nocturno. El mago se preocupaba, la situación estaba saliendo de su control. Acababa de ingresar en la Torre Arcana de Theregarde, un privilegio que deseaba durante toda su corta vida, y ya lo enviaban a una misión arriesgada. Al entrar en la Academia de la Torre, suponía que los primeros años serán aburridos y fáciles, y él podrá sin dificultad avanzar por la escala jerárquica de los magos humanos, hasta llegar a ser un Maestro, o incluso más.
Pero el Archimago Dorado, y a la vez Mariscal de las fuerzas de Theregarde, a los pocos días de la instalación de Víctor en la Torre, convocó una gran expedición de magos jóvenes, y les dio órdenes de partir de la ciudad en una semana. Debían encontrar algo – nadie de la expedición sabía el qué – en uno de los bosques élficos.
– ¿Qué te preocupa Víctor? – Le preguntó al aprendiz de mago y su compañero, Gloid. Gloid era un sacerdote enano, era raro ver representantes de su raza en la capital humana, y más aún saber que sirven a la Torre Arcana. Los medianos tenían un miedo innato a la magia, pero Gloid intentaba vencerlo y ya llevaba varias semanas estudiando en la Academia. Durante el poco tiempo que Víctor estaba en el lugar, se ha hecho muy amigo del pequeño enano. – ¿Todavía tienes miedo de salir ahí fuera? – Dijo con un tono burlesco.
– ¿Es que no lo entiendes? – Preguntó Víctor a su vez, algo irritado. – Nos envían a hacer el trabajo sucio, ¡Mientras ellos estarán sentados tranquilamente en sus caros sofás esperando a que les traigamos lo que necesitan ellos! – El aprendiz subió demasiado su tono de voz, y algunos alumnos que estaban sentados cerca les miraron – Nosotros no queremos esa… “cosa” – Siguió, bajando la voz hasta casi susurrar – Nos envían a los bosques élficos. Ahí moriremos la mayoría, si no todos. Los elfos son una gente muy peligrosa, y nada les encanta tanto como la venganza. Pero qué te cuento… Vosotros, los medianos, también los odiáis. – Las últimas palabras las dijo recobrando su tono de voz normal.
Un largo viaje les esperaba, pero Víctor preferiría que el viaje fuese el doble de largo, y que los lleve a otro destino.
– No pensarás que podrás convencerme, ni obligarme, a ir ahí, ¿Verdad?
– Siéntate Gildor – Contestó el rey, señalando una lujosa silla, y, después de enseñar a su hijo el lugar que le interesaba en el mapa, volvió a su trono. – No intentaré convencerte, ni mucho menos obligarte. Lo que quiero que hagas es que me escuches. – Tras decir esto, Xenon se levantó y se dirigió a la ventana, observando lo poco que se veía de su reino. – Conoces perfectamente la leyenda de la Roca del Destino.
– Todos los niños la conocen, – Contestó Gildor, con el mismo tono sarcástico que empleaba durante todo el diálogo. – Dice que en algún bosque de las Tierras Robadas existe una gran roca. Hace milenios, un poderoso mago élfico, devoto del mismísimo Padre Destino, le transfirió todos sus grandes poderes arcanos, tras lo cual desapareció. Dicen que se fue a unas extrañas tierras al norte de las nuestras. También afirman que si alguien consigue llegar hasta la roca, obtendrá control sobre el inmenso poder que el mago le dio, y este poder le indicará el camino hacia el Paraíso. Pero solo son historias para entretener a los niños, igual que el cuento del Mundo Subterráneo y de las míticas criaturas que lo pueblan.
– La mayoría de los elfos siguen creyendo en eso, – Dijo el rey, mientras observaba como algunas luces del Árbol se apagaban.
– ¿Tú no?
– No. – Se giró hacia Gildor y añadió – Ya no. Hace dos días, me ha llegado un informe de que la Torre Arcana de Theregarde ha mandado una expedición al bosque donde supuestamente se encuentra la Roca. Nosotros, como incluso tú sabes, también hemos enviado varias en su tiempo. Ninguna volvió.
– ¿Por qué crees que volverán los humanos? – Preguntó el hijo de Xenon, con un tono de desprecio que siempre empleaba al hablar de las razas inferiores. – Por mucho mal que piense de ti, nunca creería que te preocupan las vidas de unos humanos.
– No son ellos los que me preocupan. Estoy casi seguro de que volverán, es una caravana de magos bien entrenados, protegida por varias decenas de guerreros, dicen que incluso hay pielesverdes entre ellos. – Contestó el rey. – Te has olvidado que en la leyenda también se habla de los guardianes eternos de la Roca. Me preocupa que estos humanos se hayan interesado de repente por el bosque.
– Sea como fuera, no entiendo para que me has llamado.
– Te llamé porque quiero que vayas ahí y encuentres el modo de llegar a ese Paraíso. En los milenios que vivíamos aquí, hemos descubierto dos continentes además del nuestro. El continente al este, de donde provienen las razas inferiores y que ha sido muy poco estudiado, y uno inmenso, muy lejos al sur. Sirion el Navegante nunca volvió de ahí.
Sin embargo, tú sabes que ningún navío pudo llegar muy lejos hacia el noroeste. Volvieron varios barcos, pero la mayoría desapareció en las extrañas tormentas que se forman cuando alguien perturba la tranquilidad de las aguas, y cesan al destruir por completo al intruso. – Gildor escuchaba atentamente a su padre, el rey había empezado a hablar sobre un tema que le interesaba desde su juventud, pues aunque ahora no lo admitía, siempre tenía ganas de partir en un viaje de aventuras, durante su infancia él y sus amigos imaginaban que eran Sirion y su equipo, y hacían batallas con espadas de madera representando las supuestas luchas que el héroe elfo tuvo durante su viaje. – Si la Roca del Desino de verdad existe, cosa que no dudo, se podrá descubrir el modo de encontrar el Paraíso del cual habla la leyenda. Quizás ese sea un tercer continente.
– Si dices que hay guardianes eternos, – tras una pausa, comenzó el explorador. – y dudas que ni siquiera un grupo de humanos tan numeroso podrá acabar con ellos, ¿Por qué me envías a mí, solo?
El rey sonrió, cosa que no le gustó a Gildor.
– No irás solo. – Pronunció, tras lo cual movió la mano en dirección a una pared de a sala que se encontraba en eterna oscuridad. Ahora Gildor vio claramente como unos ojos brillaban desde las sombras.
– Yo decir que no quedarme en las mazmorras, – Dijo el pielazul que Gildor trajo hace unas horas al Árbol, sonriente. – Encantado de ver al elfo.
– Estás loco si piensas que iré con ese trol, – Dijo Gildor, empleando la denominación burlesca de los pielesazules – sabes perfectamente que odio a las razas inferiores.
– Tú mismo dijiste que no piensas ir solo, – Contestó Xenon, sonriendo. – y según lo que dices, ya te convencí a ir.
– Diciendo que no pienso ir solo, y aún no he dicho que siquiera iré, – Replicó el hijo del rey, furioso. – ¡Suponía que enviarás un escuadrón de guerreros élficos! Y no un apestoso pielazul, ni siquiera digno de llevar ropas decentes – Terminó, mirando los harapos del alquimista.
– No ofendas a Rokhan, es mi invitado aquí…
– No ofenderme. – Le cortó el trol – Yo oír insultos mucho peores. – Dirigiéndose a Gildor. – Yo saber mucho sobre alquimia. Yo poder ser útil en viaje. Yo poder encontrar Roca, y yo poder destruir guardián.
– ¿Tú destruir al guardián? ¡Sí ni siquiera lo podrá hacer un batallón de humanos…! – Comenzó el explorador, pero su padre le cortó.
– Tranquilízate Gildor. Lo quieras o no, Rokhan irá contigo. Solo con él encontrarás la Roca. Y, créeme. Él sabe de qué habla, podrá destruir al Guardián, o incluso a varios. Ahora escucha, – Dijo, levantándose de su trono de repente. – Hasta ahora estabas alejado de la familia real. Pero cuando acabes con este asunto, podrás volver al palacio.
– No, gracias, majestad, – Contestó Gildor, haciendo una reverencia burlesca – Prefiero seguir viviendo donde siempre lo hice.
El rey se quedó observando a su hijo con mirada pensativa durante un buen rato, tras lo cual siguió:
– Bien, es tu elección… Pero permíteme darte esto, lo necesitarás en tu viaje, – Tras pronunciar la última frase, Xenon caminó hacia un baúl que se encontraba detrás del trono, en la sombra. No tenía ninguna cerradura, solo un agujero de varios centímetros de diámetro. El rey metió su dedo índice en el agujero, e inmediatamente se oyó el ruido de los mecanismos, accionados por el aura real. En unos instantes, el cofre se abrió solo. El viejo elfo comenzó a buscar algo en el fondo del contenedor – entre tanto sacando artilugios muy raros, – y, al fin, encontró lo que buscaba. – Acércate y mira, hijo. – Gildor lo hizo. Y se sorprendió al ver un magnífico vestido de cuero, con inscripciones de oro puro, que emanaba magia casi visible. – Este vestido fue llevado por varias generaciones de príncipes. Protege de las flechas mejor que una cota de malla, pero no es tan pesado. Nunca se rompe, y es imposible de ensuciar. Solo tiene un defecto: No calienta. Por lo tanto, llevarlo sin nada más encima puede resultar mortal en algunos lugares del continente. – Xenon se rio. Gildor tomó el regalo, con los ojos abiertos de par en par ante tal lujoso regalo, un gesto inesperado de su frío, en el pasado, progenitor.
– Te daría también un arco, – siguió el rey – Pero el que conseguiste tú, según tengo entendido, ya es muy especial. Así que no tengo nada más que ofrecerte, salvo mi bendición.
– Padre… – Intentó decir el joven elfo, pero Xenon lo cortó con un “Y ahora, es tarde. Id a descansar, mañana partiréis temprano”, tras lo cual se fue a sus aposentos privados, dejando a su hijo solo ante sus pensamientos, con un trol poco conocido al lado. Toda la vida Gildor odiaba a su padre por lo que hizo en el pasado, pero hasta ahora nunca pensó cuáles eran sus motivos para abandonarle. “¿Quizás de verdad no haya tenido elección?” pensó Gildor, pero luego recordó que no estaba solo, y se fijó en el pielazul, que lo estaba observando con gran interés.
– ¿Así que Rokhan, eh? Vamos a dormir, mañana empezaremos un largo viaje, y tendremos suerte si salimos vivos de esta. – Dijo el elfo, tras un momento de meditación.
Se despertaron muy temprano, los dos a la vez. Decidieron no despedirse del rey, pues tenían que apresurarse. Cuando aparecieron los primeros rayos del Astro, estaban ya en aquella colina al este de Moonlight por donde pasaron solo un día antes. Viajaron en silencio durante varias horas, y, cuando la gigante estrella que calentaba e iluminaba su mundo, llamada aquí “Astro”, dejó de cegarles, decidieron hacer un descanso.
Si todo iba bien, deberían llegar al río Riv-Domen en dos días, y en cuatro más llegar a la supuesta localización de la Roca del Destino. Gildor aún no se imaginaba como iban a encontrarla. No se preocupaba por la expedición, pues aunque los magos salieron antes, deberían estar cargados de provisiones, y por lo tanto se moverían lento. El elfo no sabía que la expedición contaba con magos bastante poderosos, que casi no necesitaban descansar y podían crear comida y agua para todos los demás, con el objetivo de no llevar provisiones en los viajes.
No tuvieron problemas en cruzar el río, pues desde tiempos ancestrales, inmensos puentes naturales, formados por extraños nudos de raíces y creados por los viejos druidas, se encontraban en muchos lugares de la gran corriente de agua.
Sin embargo, tras este cruce, Gildor divisó unas nubes que provenían justo del lugar al que se dirigían. A pesar de que aún no veían el Bosque del Destino, el elfo sabía perfectamente que la tormenta estaba justo encima de él.
La siguiente mañana, una ligera lluvia los despertó. Tuvieron que abrigarse en sus vestidos de viaje (Rokhan se había puesto un trapo rojizo sobre el musculoso cuerpo), y seguir su camino.
A medida que avanzaban, la tormenta ganaba cada vez más poder. Las gotas de lluvia eran tantas, y tan grandes, que los viajeros tuvieron que refugiarse bajo una extraña montaña partida.
Por suerte para ellos, la expedición de magos, a pesar de estar ya cerca de la frontera del Bosque del Destino, no tenía protección contra la tormenta, pues no estaban preparados, simplemente no podían suponer que en la estación de calor pueda formarse una lluvia tan intensa. Y, como todos vestían unas finas togas de lino, – y los guerreros pesadas cotas de malla, – tuvieron que gastar sus últimas fuerzas en crear un refugio mágico. En pocos minutos, una casa de piedra apareció en una llanura donde antes no había construcciones artificiales. Sin embargo, si saliera el último mago que estaba dentro, el edificio desaparecería sin rastro.
Todo esto no le gustaba a Víctor. Quería acabar cuanto antes con esta tarea, pero no pensaba ir delante de todos. En caso de emergencia, pensaba abrir un portal (ya sabía cómo hacerlo, preparó el hechizo en una biblioteca “por si acaso”) hacia Tereare, y decir que tuvo que retirarse del duro campo de batalla tras luchar como un héroe.
– Eh, Víctor, – Le llamó Gloid. – Pareces preocupado de nuevo. ¿Piensas huir a la menor oportunidad? – Dijo el enano, y Víctor se preguntó a sí mismo, por enésima vez, si el pequeño barbalarga podría leer los pensamientos. – Ven aquí, toma asiento, – Siguió su amigo, y Víctor lo hizo.
– ¿Qué me vas a contar esta vez? – Preguntó, suspirando, el mago.
– ¡Hablas como si no supieras a donde vamos! – Dijo Gloid, elevando demasiado la voz, y siguió, con un tono más bajo. – Pronto veremos la Roca del Destino con nuestros propios ojos, amigo. Veremos la leyenda en vida.
– ¿Aún piensas que la encontraremos? Seguro que volveremos a la Capital solo con nuestras disculpas…
– El Mariscal detectó una explosión de poder en la zona, – Siguió el enano, entusiasmado y hablando muy rápidamente. – No puede ser otra cosa que la Roca. Y según la leyenda… ¡Víctor! Si la encontramos de verdad… Seremos los magos más poderosos de estas Tierras… ¡Y de todo el mundo!
– Dudo que los superiores nos dejen tocarla, incluso si la encontramos…
Mientras los humanos discutían, el Astro se sumergió en el mar detrás de las montañas del oeste, y Gildor junto a Rokhan pudieron salir, pues tenían suerte: La tormenta se fue, en dirección a la expedición de magos, casi por completo. Ahora solo caían gotas pequeñas, que siempre suelen caer tras grandes lluvias.
Como descansaron durante el día (Casi no hablaron, eso sí. Gildor aún no confiaba en Rokhan, y el pielazul no quería enojar a su nuevo compañero), decidieron caminar durante toda la noche.
Al amanecer ya se podía divisar el gran Bosque del Destino en el horizonte.
Habían llegado.
– Por fin se acaban los inmensos prados y comienza la diversión, – Dijo Gildor, con una leve sonrisa, a lo que el trol respondió:
– Ser una diversión que poder matarnos. – Al pronunciar la última palabra, el inmenso Astro salió detrás del Bosque y los cegó durante unos instantes. Gildor, al comprobar que el pielazul tuvo que cerrar los ojos ante los rayos de la inmensa bola de fuego, pensó otra vez que, probablemente, los trols en un pasado eran criaturas subterráneas.
– Vamos, oh gran pensador… Aún tenemos que llegar ahí, – Comentó Gildor, con un tono sarcástico, como siempre. – Veamos que pueden hacer los Guardianes de la Roca contra mi arco.
– No subestimar a tu enemigo, elfo. Esos Guardianes poder más de lo que tú pensar. – Respondió el alquimista, con una voz que se repitió varias veces en el eco de la extensa llanura.
Capítulo 3:
La Recompensa
– ¿Seguro que esta tormenta cesará pronto? – Preguntó Nerof, uno de los magos peor vistos, pues era elfo, y era muy raro verlo estudiar entre humanos.
– Viendo esas nubes por la ventana, lo dudo, – Contestó Gloid. – Es extraño. Hace unas horas no había ni rastro de ella, pero, de repente apareció de la nada.
– Y, puedo jurar con la Roca del Destino, que aparecieron del bosque al cual nos dirigimos. – Se metió en la conversación otro mago.
– Bah, dejaos de historias. – Les cortó una aguda y nerviosa voz, perteneciente a un mago sentado cerca de la ventana. – Estas tormentas no son raras de ver en estas zonas – supongo, – y vosotros solo sois un grupo de perdedores, criados escuchando historias de esos elfos. – Concluyó Víctor van Hostef.
– ¡Callaos todos! – Susurró Nerof, preocupado, – Ahí viene el Sargento.
El Sargento, nombre de quien no conocía nadie en la expedición, era un mago guerrero de Theregarde. Decían que antes era un mago muy poderoso de la Torre, pero luego un se metió en las habitaciones del Archimago Dorado y vio algo prohibido, tras lo cual le expulsaron. Sea como fuese, ahora el mago trabajaba para el Ejército de la ciudad, y, aunque un mago raras veces ocupaba un puesto fuera de la Torre Arcana, nadie le hacía preguntas. El Sargento siempre estaba malhumorado, y poca gente osaba mirarle directamente a los ojos.
Así que no era raro que el joven elfo estuviera preocupado por su llegada.
El mago guerrero, vestido en una túnica roja, como todos los demás magos de la expedición, pero con una imponente coraza encima, tenía una cara llena de espantosas cicatrices, y cojeaba con la pierna izquierda.
Este hombre entró en la habitación donde estaban Víctor, Gloid, Nerof y el otro mago, los miró a todos (nadie le devolvió la mirada, pues si ningún mago podía hacerlo, los aprendices aún menos), y anunció para toda la casa,
– No podemos perder más tiempo esperando a que pare la lluvia. Debemos pararla nosotros. – Al decirlo, salió, dando leves golpes al suelo de madera con su impresionante bastón, decorado con una preciosa gema violeta en la punta, y recibió toda la furia de la tormenta sobre sus hombros.
Sin embargo, y a pesar de que la lluvia contenía trozos de hielo bastante grandes, ni siquiera se tambaleó.
– Y me da igual que nos podrán detectar. – Comentó el Sargento, tras lo cual comenzó a preparar un extraño ritual mágico.
No muy lejos de ahí, Gildor y Rokhan, a mitad de camino hacia el Bosque del Destino, de repente vieron un inmenso rayo de luz roja, pero, en vez de salir de las nubes tormentosas de las que hace poco se refugiaban, iba viceversa; desde la tierra hasta el cielo.
El rayo iluminó toda la zona hasta el horizonte durante unos instantes, y luego desapareció sin rastro alguno.
Aunque, decir que no quedó rastro sería mentir. De verdad, no quedó nada del rayo, pero la aparición de éste causó un extraño efecto sobre las nubes. Toda la tormenta pareció encogerse, y luego las nubes, cargadas de agua, a velocidad de vértigo volaron hacia el punto donde el rayo impactó en el cielo. En menos de un minuto, la tormenta desapareció.
Gildor juraría que ese rayo podría haber sido divisado incluso desde Moonlight.
– ¿Pero qué…? – Comenzó Gildor, pero al ver como brillaban los ojos de su acompañante vio que el pielazul sabía algo. – ¿Qué demonios fue eso?
– Magia. Tu padre decir verdad. Magos buscar Roca. – Respondió el alquimista, sin dejar de mirar a lo lejos, observando el lugar del pasado incidente.
– ¿Pero tan cerca? – Preguntó el elfo, que sabía perfectamente que, a pesar de salir antes, Theregard se encontraba más lejos del Bosque del Destino que Moonlight, y la expedición debía cruzar un tramo marítimo que separaba la isla Theregard del continente. – No habrían podido aquí tan rápido sin usar magia. ¡Qué insensato he sido! ¿Por qué suponía yo que no usarán poderes arcanos, si son magos?
– Tranquilizarte, elfo. No todo estar perdido. Nosotros poder llegar a la Roca antes. – Dijo Rokhan, y el elfo pudo observar una leve sonrisa en su horrible cara. – Haber una cosa que los magos no saber, – Explicó el pielazul, – Ellos no saber que en el Bosque del Destino la magia Arcana no funcionar. – Concluyó el trol, y su sonrisa se hizo más ancha.
Decidieron no perder más tiempo y seguir su camino hacia el Destino, que estaba más cerca que nunca.
Llegaron hasta los primeros árboles del Bosque antes del amanecer, y esto les animó más, pues los magos no podrían alcanzarlos por mucho poder que tengan.
Al acercarse al primer árbol, Gildor se paró. Hasta ahora, pensaba que todo sería entrar en el bosque, encontrar la Roca antes de los humanos, e irse.
Pero la visión de los árboles, tan altos que en la oscuridad de la noche solo se veían sus troncos, y todo el bosque parecía estar formado por columnas de granito viejas y llenas de grietas, lo hizo cambiar de opinión. Una extraña niebla se desplegaba entre los árboles, ocultando los cimientos de los inmensos troncos. La niebla era bastante densa, pero no muy alta, y de vez en cuando se podían observar unas raíces deformes que parecían brazos esqueléticos de aquellos insensatos quienes murieron osando descubrir los secretos del misterioso lugar.
Unos pocos rayos de la luna se filtraban entre las ocultas copas de los árboles, creando un efecto aún más misterioso.
– ¿No tienes ese presentimiento… de que algo va a salir mal? – Preguntó Gildor a su acompañante, pero al mirarlo, añadió: – Olvídalo… Los trols no tenéis sentimientos…
Rokhan lo miró, y algo en su mirada hizo callar al elfo, además de despertar una leve sensación de respeto ante su acompañante.
Entraron juntos al bosque, hombro a hombro.
Rokhan pidió al elfo que se pare, y comenzó a buscar algo en sus innumerables bolsas. En unos instantes encontró una vial de cristal vacía, metió unos polvos dentro, luego la llenó de agua y la tapó con un rudo tapón de madera. Agitó la mezcla, y pronto la sustancia que creó comenzó a desprender una suave luz roja. Gildor, al ver que dentro bailaban varias llamas de fuego en miniatura, apuntó la botella con su arco.
– Quita eso o lo reviento. – Dijo con tono amenazador.
– Los elfos pensar en sí mismos solo. – Contestó el trol, – Tú ver en la oscuridad; yo no. – Tras acabar la frase, el alquimista comenzó a caminar entre los densos troncos del bosque, como si supiera a donde ir. El elfo, que aún estaba digiriendo lo que dijo el pielazul, en unos instantes bajó su arco y sonrió: “Este trol puede ser más útil de lo que pienso” – Pensó, y no tardó en seguir a su acompañante.
Pronto ambos desaparecieron en la espesura, y ni la débil luz de la poción de Rokhan se veía desde la colina donde pasaron hace unos minutos.
Caminaron en completo silencio durante muchos minutos, que les parecían horas.
Los únicos sonidos que los acompañaban eran los latidos de sus corazones. Cada paso que daban, la niebla se hacía más espesa, y Gildor, a pesar de haber participado en innumerables batallas, comenzó a temblar.
– El aire oler a magia arcana – Susurró Rokhan, pero sus palabras sonaron más alto de lo que esperaba en el completo silencio.
Así caminaban, parecía que ya había pasado una vida entera desde que vieron por última vez la luz del Astro.
El elfo se fijó en la completa ausencia de animales en el bosque: sólo veían los imponentes troncos grises, ni siquiera eran visibles las hojas de los árboles.
Pero, de repente, Gildor oyó un sonido, tan lento como escalofriante. El sonido sonaba lejos, y despertó una profunda sensación de miedo en el alma del explorador, que intentó girarse para ver la fuente del terrible y prolongado aullido. Sin embargo, no pudo hacerlo, pues sintió como un musculoso pie le daba una patada, tumbándolo, y luego como alguien se subía encima, tapándole la cara con una inmensa mano.
– No mirar, – Oyó la voz de su acompañante pielazul, – Ser una vympel. Dejarla pasar, pero no mirarla.
Ahora el elfo entendió que el sonido iba acercándose, y quería empujar al trol, levantarse y luchar contra la bestia que de un momento a otro, según él, le podría matar.
Pero el abrazo del alquimista era inquebrantable y Gildor tuvo que rendirse. Estaba esperando sentir las garras de la bestia en su carne cada respiro que daba, y maldecía mentalmente al pielazul.
Sin embargo, y para sorpresa del explorador, el horrible sonido comenzó a alejarse, y en unos minutos desapareció sin rastro alguno.
Solo entonces Rokhan se levantó, soltando al elfo. Gildor se incorporó de un salto y, todavía furioso, miró al trol.
– ¿Se puede saber qué demonios haces? – Preguntó, con un tono amenazador. En sus ojos bailaba el reflejo de las llamas de la botella luminiscente del trol.
– Ser una vympel, – Explicó el pielazul, pero al ver que el elfo seguía igual de furioso, añadió, – Uno de los Guardianes Eternos. Ser criatura de pesadilla, no atacar si no mirar. Pero una vez tú mirar, ella seguirte toda la vida, hasta matarte. Nadie poder escapar.
Rokhan lo dijo tan rápido que Gildor se quedó un instante con la boca abierta, como si estuviera a punto de replicar, pero aún estaba pensando sobre todo aquello que oyó.
– ¿Debo darte las gracias, entonces? – Preguntó al fin.
– No ser necesario, yo deber ayudarte, nosotros deber ayudar al rey, – Contestó el alquimista, mirando directamente a los ojos del elfo, hasta que éste cedió.
– A todo esto viene una duda, – Comenzó el explorador, con su tono sarcástico. Tú eres trol, tú tienes tu propio pueblo y tu propia nación. ¿Por qué nos ayudas? ¿Por qué debemos confiarte?
– Hace muchos años tu rey hacerme un gran favor. Yo deberle la vida. Pero eso no importar. Yo ver que tú no notar la seriedad de la situación. Si nosotros no cumplir la misión, los humanos poder encontrar el paraíso, y aclamarlo para su reino. Si nosotros ser detectados por ellos, ellos descubrir nuestros espías en la ciudad también. Theregard poder sancionarnos en tal caso. Una nueva guerra comenzar entonces. – Rokhan tomó una pausa para respirar, y vio que el elfo estaba callado, con una mirada perdida en el infinito. – Si nosotros cumplir la misión, los elfos poder recibir conocimiento. Y conquistar el paraíso. – La última frase del alquimista fue acompañada por una sonrisa.
Tras una pequeña pausa, cerrando los ojos, el elfo habló:
– He estado pensando solo sobre como vendremos y cumpliremos la misión, no he meditado nunca en las consecuencias de un posible fracaso, – Tras decir la última frase, Gildor abrió los ojos, y se giró hacia Rokhan. – No quiero una nueva guerra, los elfos están aún corrompidos por la primera.
Ahora era turno del trol para mirar a lo lejos.
– Quizás estaba equivocado al creer que eres una bestia salvaje, igual que los otros trols. – Siguió el elfo, ahora con un tono mucho menos sarcástico, y mucho más serio, – Recibe mis disculpas, quizás debamos empezar de nuevo.
– Muchos despreciar lo que soy y lo que yo hacer, – Tras una pausa, contestó Rokhan, – Pero yo entenderlo, yo ser… Diferente. Gracias por tus disculpas, me gustaría poder llamarte amigo. – El trol se giró y miró al este, – Pero dejar de hablar, nosotros deber seguir. Más monstruos poder rondar por la zona, y los humanos estar cerca. Yo sentirle.
Y así ambos partieron, y el elfo se dijo para sí mismo que su padre le dio un valioso compañero.
Caminaron durante horas, y, como nada pasaba, Gildor se relajó un poco. Sin embargo, pudo observar que el alquimista seguía tan alerta como al principio.
A pesar de que mil y un comentarios pasaron por su mente, el elfo decidió acallar esa voz sarcástica de su interior, para no empeorar el débil lazo de amistad que logró crear con el trol.
Pensando en eso le nació la idea de que estaba cambiando su sentimiento de desprecio por las razas inferiores, no eran tan salvajes como él pensaba toda la vida, y que tenía a un claro ejemplo de lo equivocado que estaba caminando junto a él.
Gildor estaba tan pensativo que no se fijó por donde andaba, y no se dio cuenta de que se acababa de meter en un extraño campo lleno de esas raíces sobresalientes de aspecto fantasmagórico.
Solo entonces se paró y se dio cuenta de que el trol ya no estaba con él. Dio varias vueltas sobre sí mismo, pero no consiguió ver el calor del cuerpo del pielazul entre los troncos del bosque.
– ¡Por la Roca del Destino…! – Maldijo el elfo, sin dar importancia a que esa frase élfica ahora tenía más significado que nunca.
Al ver que no tenía otra salida, el explorador se sentó sobre una raíz extremadamente grande y entrecerró los ojos, concentrándose completamente en su fino oído.
Gildor no se fijó en un pequeño movimiento que había en el “prado” solo porque este desplazamiento no creaba ruido alguno.
Sólo al notar un leve cosquilleo en el pie abrió los ojos y miró hacia abajo. Esas raíces tan raras y que estaban dispersas por todo el bosque ahora cobraron vida, y, lentamente, se acercaban al elfo.
El explorador intentó poner una flecha en su arco, pero su mano derecha ya estaba atada por uno de estos “brazos esqueléticos”.
Con cada momento que pasaba las raíces lo enredaban más y más, y Gildor, con los ojos llenos de pánico, pero sin murmurar ni una sola palabra, – sabía que tenía que contener la respiración, – comenzó a ser arrastrado hacia un hoyo en la tierra, escondido bajo la densa niebla.
Cerró los ojos para no ver su muerte. ¿Cuántas veces imaginó como perecía en una heroica batalla? No quería morir, pero siempre estaba preparado para desafiar a la mismísima dueña del averno, aunque nunca imaginaría que su muerte será tan ridícula. Estaba solo, nadie sabrá cómo y dónde ha fallecido.
Y así fue, que con los ojos cerrados, oyó un llanto inimaginable que parecía provenir de los troncos de los árboles.
Abrió los ojos, y vio fuego. Todo ardía, y las raíces se movían en un baile loco, agonizando. Entonces sintió un brazo fuerte en su hombro derecho,
– ¡Correr! – Dijo Rokhan, Gildor nunca pensaría que se alegraría tanto al oír la voz del pielazul.
Juntos corrieron fuera del prado ardiente, lejos de las diabólicas raíces, y pararon cuando ambos ya estaban agotados.
– ¿Dónde has estado? ¿Cómo lo has hecho? ¿Qué…? – Comenzó a preguntar el elfo, entre jadeos.
– Yo separarme de ti un momento para ver terreno. Cuando volver, tú no estar. Yo seguir olor y llegar al prado. Ahí yo ver dorices. Yo tirarles mi poción. – Cuando la última oración salió de la boca del trol, éste enseño sus manos, libres. Sólo ahora Gildor pudo ver que su acompañante ya no tenía esa botella que le servía de iluminación.
– Debo darte las gracias, pues. He de admitir que sin tu ayuda ya estaría muerto. De hecho, pensaba que ya lo estaba. – El elfo hizo una pequeña reverencia, diferente de aquella que hizo hace poco ante su padre, esta vez este gesto no tenía ni rastro de burla y expresaba gratitud pura.
“No haber de que” – Murmuró el alquimista, mientras Gildor caminaba hacia un árbol gigante. El tronco de este árbol, repleto de musgo, era enorme incluso en comparación con la otra flora del bosque.
– ¿Qué es esto? – Preguntó, retóricamente, el elfo, rozando ligeramente la dura corteza del vegetal.
– Mirar, – Le dijo Rokhan, en voz baja, – No ser el único así.
Y era pura verdad. Cuando Gildor se giró y miró hacia donde apuntaba su acompañante con su huesudo dedo, vio otro árbol igual al que estaba tocando. Y otro. Y decenas más. Todos sobresalían de entre la multitud por el tono verde de sus troncos, adquirido gracias a los hongos y musgos que parasitaban en su corteza. Al elfo le extrañó la rara disposición de estos árboles, y no tardó en comentarlo al trol:
– Fíjate… Forman una circunferencia casi perfecta… – El eco de su voz resonó otra vez, y Gildor maldijo en un tono más bajo por haber hablado tan alto.
– Ser cierto. Yo oler que nosotros estar cerca. Nosotros deber entrar y ver lo que haber dentro. – El trol sonrió, – Deber estar preparados para todo.
Gildor estaba de acuerdo. A pesar de su poca afiliación a las corrientes mágicas, notaba algo extraño en toda esta zona. Casi podía asegurar que sentía un ligero zumbido en el aire. Sus nervios de guerrero bien entrenado estaban tensos, se preparaba para lo que podría encontrar, pues si la leyenda era cierta, estaba cerca de la zona más misteriosa de todas Tierras Robadas.
El elfo llenó sus pulmones de aire, y dio el paso hacia lo desconocido, ya que, por alguna extraña razón, no se podía ver nada de lo que había más allá del perímetro arbóreo, era como si el lugar absorbiera la poca luz que entraba a través de las invisibles en la niebla hojas del bosque.
Gildor esperaba ver cualquier cosa, estaba preparado para luchar contra la más temible bestia, podría afrentarse al accidente geográfico más peligroso y no dudaría en hacer cualquier cosa más para desvelar el secreto de la Roca del Destino.
Sin embargo lo que vio le dejó algo perplejo. Solo era un prado más. Un prado circular, bastante amplio. El suelo era invisible tras la densa capa de la niebla blanca que se podía encontrar en cualquier otro lugar del bosque, y solo en el medio había una “isla” de tierra que se elevaba sobre la manta blanca que cubría todo el otro suelo, parecía un navío oscuro surcando unas aguas tranquilas. En este trozo de tierra desnuda había una pequeña formación rocosa, tan afilada y puntiaguda como todas las demás de esta zona.
Cuando el explorador se acostumbró a la sensación de desilusión que de repente sintió e intentó pisar el suelo oculto bajo la niebla, el ya conocido por el elfo agarre del trol lo paró. Gildor se giró y observó la cara de su acompañante, éste negó ligeramente con la cabeza y susurró:
– Algo no ir bien. – Tras esto se agachó y acercó su horrible cara azul al suelo, pero sin adentrarla en la niebla. Gildor oyó unos sonidos, y se imaginó que el pielazul estaba oliendo el suelo.
– ¿Qué te preocupa? Hemos caminado horas por esta niebla, y no veo ninguna diferen…
– Ser porque tu no tener experiencia en esto, – Le cortó el trol, – Yo oler algo raro, mejor no pisar el suelo.
– ¿Y cómo planeas cruzar el prado? – Preguntó el elfo, algo nervioso.
– Mirar, ahí haber raíces, – Rokhan señaló hacia su izquierda, donde efectivamente había una extraña concentración de los huesudos brazos, – o más bien pies, – arbóreos, que estaban distribuidos de tal forma que parecían invitar de forma muda a cruzar la niebla pasando por ellos, como si de un puente se tratasen, – Tranquilo, no ser dorices, no ser peligrosas.
Ambos, cautelosamente, cruzaron este improvisado pasadizo, aunque a Gildor le seguía pareciendo una tontería el hacerlo. Sin embargo, durante las últimas horas aprendió a confiar, en su acompañante, pues por mucho que odie a las razas inferiores, este trol demostró su valor y conocimiento de la situación.
No tardaron más que un par de momentos para cruzar el improvisado puente, y en unos instantes estaban ya cerca de la roca.
– ¿No te parece rara? – Comentó Gildor, mientras daba una vuelta alrededor, observando la piedra afilada con cautela. – No notas ese… ¿Cosquilleo?
– Tú haber dicho que no tener afición a la magia. ¿No ser verdad?
– Lo que dije es verdad, nunca practiqué las artes arcanas. Bueno, sin contar los pequeños hechizos que creábamos siendo aún niños… Encender un fuego y demás tonterías que suelen impresionar tanto a los pequeños. Todos los elfos de esa edad lo hacíamos.
– Oh, elfo, tú no estar tan poco unido a los flujos como tú creer, yo saberlo… En cuanto a la roca… – Rokhan dio una vuelta alrededor, igual que el explorador. De repente se paró, y sus ojos rojos se salieron de las órbitas, – Gildor.
El elfo, que estaba distraído vigilando una sombra que creyó ver separarse de un árbol, se giró y vio al trol, paralizado.
– ¿Qué pasa?
– Yo creer que esto ser la Roca. – El alquimista, que siempre parecía tan insensible, ahora estaba casi temblando, – La Roca del Destino.