Capítulo 4:
El Mapa
– ¿Por qué crees eso? – Dijo Gildor, que, a pesar de sentir el aumento de la sensación de cosquilleo, se negaba a reconocer el hecho de que el pedrusco que tenía ante sí podía ser la mítica y legendaria Roca del Destino, – Durante nuestra travesía por el Bosque vimos decenas, si no cientos de éstas.
– No tener duda, ésta ser especial, – Replicó Rokhan, aún algo alterado después de descubrir que tenía la Roca al alcance de su mano, – Tú decir que también notarlo, entonces, ¿Por qué estar negándolo?
El elfo no respondió, pues ni él sabía por qué actuaba de tal forma.
“Quizás son los genes corruptos que tienen casi todos los elfos modernos” – Se decía, pero en el fondo lo dudaba.
– ¡Fijarte!, – Exclamó de repente el trol, después de estar varios minutos, que parecían horas, sentado sobre una diminuta colina cerca de un árbol que crecía en la “isla” de tierra que flotaba sobre la niebla, meditando, – Ahí haber símbolos, – Y señaló la parte central de la Roca.
– No veo nada, – Dijo Gildor, y era verdad. Se levantó – Él también estaba sentado, pero vigilando el horizonte, – y se acercó, poco a poco, a la Roca. Se paró solo cuando estaba a unos centímetros de la superficie afilada de la dura piedra, y la observó fijamente. – No veo na… – Intentó repetir, pero, de repente, vio lo que impresionó tanto a su compañero.
En la superficie rocosa comenzaron a aparecer extrañas rayas y símbolos, significado de los cuales Gildor ignoraba. El elfo podría jurar que hace unos momentos estos grabados no estaban ahí.
– Es como si la Roca… Despertara, – Comentó el explorador, y cuando pronunció la última palabra, los símbolos, de repente, comenzaron a brillar con una intensa luz violeta. Gildor, que a pesar de no estar esperando esto, estaba muy atento por si ocurría algún peligroso incidente, sacó su arco y colocó una flecha en él con una increíble velocidad.
La Roca comenzó a vibrar, y el suelo empezó a temblar junto a ella. Parecía que todo el mundo se estaba derrumbando gracias a este terremoto. Gildor se cayó al suelo, mientras su acompañante pielazul se apoyó del árbol para no correr la misma suerte que el elfo.
De repente, igual de rápido e inesperadamente todo acabó.
– ¿Qué…? ¿Qué ha sido eso? – Preguntó Gildor, incorporándose con dificultad.
– Yo no… saberlo, – Contestó Rokhan, tosiendo por la inmensa nube de polvo que se formó gracias al terremoto.
– ¿Quiénes sois? – Preguntó una voz profunda y grave.
Ambos aventureros se giraron a la vez, el elfo sacando su arco y el trol preparando su daga y gruñendo como un perro.
Y es que, entre la confusión del terremoto, ninguno de los dos se fijó en como una parte de la Roca se separaba de ésta.
Y ahora los dos, el elfo y el pielazul, veían a una criatura hecha completamente de piedra, con brillantes cristales violetas en el lugar donde una persona tendría ojos.
Las distintas piedras afiladas que formaban su cuerpo estaban unidas entre sí por un aura rojizo, con pequeñas y brillantes gemas que volaban en el aire alrededor de sus “articulaciones”.
La visión de esta criatura era realmente aterradora para ambos aventureros, y mientras estaban observándolo se olvidaron de su pregunta, hasta que ésta la repitió:
– ¿Quiénes sois?
– Somos… – Comenzó el elfo, pero, de repente, su acompañante le cogió del hombro y le hizo retroceder, mientras se acercaba lentamente a la criatura.
– Nosotros ser los enviados del único Rey Justo de las Tierras Robadas, – Comenzó el trol, y Gildor, que se sorprendió antes tales palabras, intentó decir algo, pero Rokhan se giró y le guiñó su brillante ojo. – ¿Y tú? ¿Quién ser tú?
– Yo soy el Guardián de la Roca… – El alquimista le cortó con un “¿El?” pero el monstruo no le hizo caso, – Yo… soy la Roca.
Gildor, que seguía observando con cautela a la monstruosidad, pensó que “la Roca” es un nombre adecuado para la criatura, pero luego se dio cuenta de que el Guardián se refería a la Roca del Destino.
– ¿Así que la Roca está viva? – Preguntó el elfo, deseando satisfacer, por fin, su curiosidad. El trol se giró, con un gesto diciéndole que guardase silencio, pero la Roca lo observó respondió.
– Sí, – Tras decirlo, se giró de nuevo hacia Rokhan, – ¿Qué hacen los enviados del Rey Justo en mi bosque?
Mientras el monstruo hablaba, Gildor se fijó en que el bosque recuperó parte de su vida. Oía como graznaban unos cuervos, más allá de las copas arbóreas. Escasos rayos de luz consiguieron penetrar el denso e invisible en la oscuridad follaje, y todo el “prado” quedó más iluminado.
– Nosotros venir a proteger tu bosque, y a aumentar nuestros conocimientos.
– ¿Proteger? – La voz de la Roca era tan grave que más pájaros han sido ahuyentados de sus tranquilos nidos ahí arriba, en un mundo lleno de luz, que al elfo parecía lejano e inaccesible. ¿Qué le amenaza?
– Magos. – Dijo el trol, con un tono tan seco que sacó inmediatamente a Gildor de sus pensamientos. El explorador no entendía que pretendía su acompañante.
– ¡¿Magos?! – Gritó de repente el Guardián, sacudiendo su cabeza con furia. Mientras lo hacía, gigantes trozos de musgo milenario se desprendían de él. – ¿Cómo osan? ¡Serán aniquilados…!
– ¡Calma, gran Guardián! – Gritó Rokhan, aunque su voz prácticamente no se oía entre el aullido de la Roca. – Nosotros ayudarte…
Pero el Guardián no lo escuchaba. De repente calló, y se quedó mirando un punto en el horizonte.
Gildor no entendía lo que pasaba. Miró a Rokhan, pero éste estaba igual de paralizado que la Roca. Cuando ya no podía soportarlo, el elfo gritó:
– ¡¿Qué, por la Roca del Destino, pasa?!
Cuando pronunció su última palabra, de repente, oyó un grito de victoria detrás de sí, y una inmensa bola de fuego pasó justo al lado de su pecho. Gildor tuvo que saltar de espaldas hacia atrás para evitar el rastro de aire hirviendo que dejaban las bolas de fuego, y vio de reojo como el hechizo impactaba justo en el corazón del Guardián de la Roca.
Víctor y Gloid avanzaban cautelosamente por el Bosque del Destino, seguidos de cerca por Nerof y otro mago humano. Hacía ya varias horas que entraron en este infernal – según Víctor, – lugar. El Sargento los dividió por parejas, y les dio una sola orden clara, pero extremadamente difícil de completar: Encontrar la Roca.
Siendo un número tan elevado de personas, nadie, excepto, quizás, Víctor, temía que habrán problemas. Pero por mucho que el joven mago predicaba catástrofes en un futuro muy cercano, nadie le hacía caso, pues todos sabían que Víctor siempre era un hechicero pesimista y gruñón.
Pero éste no cesaba en sus ataques mentales a sus compañeros, y cuando se quedó en pareja con Gloid, consiguió aburrir incluso al bondadoso enano, que siempre solía estar alegre.
– ¿Y si durante los milenios que nadie visitaba este lugar, según la leyenda, aquí se instalaron tribus de goblins salvajes? – Comenzó el mago humano otra de las muchas suposiciones que tenía sobre el lugar. – ¡Todos saben lo crueles que son sus chamanes!
Gloid, que ya no podía soportar más al hechicero pesimista, decidió cambiar de tema:
– ¿Por qué hacemos este trabajo? He oído que no es al Archimago Dorado a quien le interesa esta Roca. – Preguntó el barbudo enano, esperando que su compañero no se olvide rápido de esta pregunta y que no vuelva a sus aburridos monólogos sobre los posibles peligros de bosques como este.
– En Coreport corría un rumor sobre un Conde de una provincia sureña del Reino Humano, – Comenzó el joven mago, que, para alegría del enano, tomó el nuevo hilo de conversación y lo siguió, – Sobornó a alguna gente importante para conseguir una audiencia ante el Rey, y persuadió a éste de que el secreto que contenía la Roca podría danos nuevos territorios y riquezas que nunca podríamos imaginar. – Tras finalizar su comentario, y meditar durante un momento sobre la importancia política de la misión, Víctor dijo: – Se me acaba de ocurrir una cosa. ¿Y si en el Bosque hay trols?
Gloid se sacudió la calva y sudada cabeza, encogió los hombros en signo de impotencia, y siguió el camino escuchando como su compañero predica la cercana muerte de todos ellos y esperando encontrar la roca cuanto antes.
– ¡Quietos! – Víctor oyó el susurro de un mago de túnica roja, signo de que estaba acabando su entrenamiento como hechicero. – El Sargento vio algo
Todos pararon y avanzaron con cautela unos metros más, hasta encontrar al Sargento, escondido tras el tronco de un árbol inmenso, con su magnífico bastón apagado (antes éste desprendía un leve fuego que iluminaba su camino).
– Magos, os felicito. – Dijo el Sargento, bajando más de lo normal su voz seca, – La hemos encontrado.
Al oír esto, todos se apresuraron a mirar lo que había tras ese árbol tan grande, y vieron, por fin, su anhelado objetivo: la Roca del Destino.
Sin embargo, tardaron unos momentos en ver a dos figuras cerca de la Roca.
– ¡Maldición! – Gruñó el viejo mago, – ¿Quiénes son esos?
Nerof, al ser un elfo y tener mejor vista, comentó:
– Un elfo y un trol, señor.
– Me gustaría saber que hace una pareja así en un lugar como es…
Antes de poder acabar la frase, el suelo comenzó a temblar con tanta furia que el Sargento tuvo que clavar el bastón en el barroso suelo y agarrarse con a él con todas sus fuerzas. Durante aquel terremoto, muchos jóvenes hechiceros perecieron bajo las gigantes ramas secas que caían de los árboles.
Sin embargo, cuando el desastre natural terminó, y tras un recuento, se vio que la mayoría seguía en pie, aunque varios con serios traumas.
Fue en este momento, tras el recuento, cuando el Sargento se fijó de nuevo en la Roca y vio al Guardián.
En la oscuridad le pareció que este monstruo atacaba a los viajeros, y, aunque no tenía simpatía alguna con los elfos ni los trols, no quería permitir su muerte.
– ¡Muere, maldita bestia! – Gritó el viejo mago, y en ese momento una brillante bola de fuego se desprendió de la punta de su bastón.
– ¡No! – Exclamó Rokhan, mirando hacia el Sargento con una mirada llena de furia. Luego se giró hacia el Guardián, que estaba tumbado en el suelo, aparentemente jadeando. El trol se agachó cerca de la criatura monstruosa, inspeccionando su herida, si es que se puede llamar “herida” a un hoyo en el pecho de la Roca, de medio metro de ancho. De los bordes quemados caían pequeños chorros de alguna sustancia amarilla, y Gildor pensó que debía de ser la roca fundida a alta temperatura. – ¿Por qué tú hacer eso? – Preguntó de repente, levantándose y comenzando a caminar rápidamente hacia el mago, que ya comenzaba a ser rodeado de sus discípulos. – Esta criatura ser inofensiva.
– Esta criatura “inofensiva”, – Comenzó el Sargento, empleando un tono burlesco y comenzando también a caminar hacia el trol. – Se ha interpuesto entre la Torre Arcana de Theregard, y la Roca del Des…
El mago no consiguió acabar su frase, porque un grito inesperado distrajo su atención. Gildor reconoció el grito de inmediato.
– ¡La vympel volver! – Oyó gritar a Rokhan, aunque su voz se perdía entre la multitud de llantos de terror producidos por la agrupación de magos humanos jóvenes e inexpertos.
Gildor, recordando su última experiencia de encuentro con esta criatura, cerró los ojos.
Ahora solo podía percibir el mundo exterior mediante los sonidos que llegaban a sus puntiagudas orejas. Gritos de terror, llantos, súplicas y palabras de personas agonizando se perdían entre el interminable e incansable ruido de crujir hueso y desgarrar carne.
Pasaron muchos instantes, varios momentos que se convertían en un solo largo y terrorífico minuto, un minuto en el cual Gildor estaba de pie ahí, en medio de ninguna parte, rodeado de un caos, y sin poder siquiera abrir un ojo para ver qué fortuna tuvo su acompañante.
Al elfo todo esto le parecía insoportable, y, cuando ya quería abrir los ojos y acabar con esto de una vez por todas, una voz lo llamó:
– Abrir los ojos, ya haberse ido.
– Ni te imaginas lo contento que estoy de oír tu voz, Rokhan. – Contestó el elfo
Gildor abrió los ojos, y vio que el trol estaba apoyado ligeramente sobre la Roca, observando atentamente al elfo.
– Haberte perdido un buen espectáculo. – Dijo el alquimista, mientras una leve sonrisa bailaba en su boca, – Aunque haber hecho bien en no abrir los ojos.
– ¿Qué pasó? – Preguntó Gildor, estirando la espalda, pues estuvo mucho tiempo sin moverse.
– Ir y mirar tú mismo.
El elfo no meditó mucho ante tal propuesta, e inmediatamente cruzó el “puente” de raíces, para llegar hacia el lugar donde hace unos minutos vio al mago del bastón.
Gildor apartó la vista de la escena nada más verla.
– Ser las vympel. – Comentó el trol, que se acercó al elfo con tanto sigilo que ni siquiera lo pudo oír. – Seres crueles.
El explorador miró una vez más a los cuerpos descuartizados bañados en ríos de sangre, y se dijo para sí mismo que su acompañante tenía toda la razón del mundo. Semejante masacre no se la podría imaginar ningún habitante de Moonlight.
– ¿Las, vympel? – Preguntó, tras unos momentos de meditación sobre lo ocurrido. – Creía que era una.
– Yo también, pero parece ser que en el bosque haber varias. – El trol se apoyó en un árbol, – Es extraño… En todas las Tierras Robadas ser difícil encontrar una, en los tiempos que correr, y aquí, sin embargo, ya haber visto dos… Si es que la que nosotros ver antes era una de estas.
Mientras el Rokhan hablaba, el elfo notó que pisaba algo duro. Se agachó, y levantó un trozo de tierra presionada, muy caliente.
– ¿Qué es esto? – Preguntó retóricamente, pero el trol, que a pesar de estar absorto en sus pensamientos lo oyó, y se acercó.
– Dejarme ver, – El alquimista cogió el trozo de tierra y lo miró con vista calificadora. – Tierra fundida, – Dedujo por fin. Tras decirlo, se agachó y pasó la mano por el suelo. Gildor lo imitó, y pudo comprobar que toda la tierra estaba compuesta por un material parecido, y toda estaba caliente. El explorador también se fijó en que esta tierra fundida formaba en el suelo una especie de círculo extraño, y decidió preguntar al trol sobre su origen.
– Durante la matanza de los humanos, yo ver como las vympel mutilar al mago del bastón. – Le contestó Rokhan, tras pensar unos segundos. – Justo tras eso, un joven mago humano venir. Él agarrar bastón, y pronunciar alguna especie de hechizo. Al parecer, tratarse de algún tipo de teletransporte, aunque yo no creer que ser de gran alcance.
El elfo se imaginó la escena, y admiró la suerte del joven. Pero el trol no había acabado.
– Sin embargo, antes de desaparecer, yo ver como dos magos más, un elfo y un enano, agarrarle la túnica. Eso significar que haberse teletransportado junto al otro.
Pero Gildor ya no le escuchaba. Solo ahora oyó un leve gemido prolongado, originado por algo que estaba cerca de la Roca. El trol vio como su compañero volvía sobre sus pasos, y le siguió.
Ambos aumentaron la velocidad del paso al ver que era el Guardián, moribundo.
– Enviados… – Gimió la Roca, tosiendo violentamente tras cada sílaba pronunciada. – Tengo… Que deciros… – Antes de acabar la frase, casi se ahoga del ataque de tos que de repente se abalanzó sobre él. Gildor vio que de su enorme herida pectoral caían pequeños chorros de “sangre” amarilla. – La hora ha llegado… Ayudadme.
Los viajeros ayudaron al Guardián a incorporarse, apoyando su espalda en la Roca.
– Habéis venido… – Siguió el agonizante monstruo, – Como él me lo prometió… Debéis ir ahí, debéis descubrir esas tierras, ya es la hora…
– ¿Esas Tierras? – Preguntó el elfo, – ¿Te refieres al paraíso del que habló Xenon…?
Pero Rokhan, con una mirada, le obligó a callarse.
El Guardián, con la ayuda de los dos compañeros, se levantó, y caminó, lentamente, con dificultad, hacia un árbol.
Abrió la “palma” de su mano rocosa, y la puso sobre la corteza del inmenso tronco. Éste comenzó a vibrar y a adquirir un color rojizo. Además, como pudo observar Gildor, se hacía más plano.
La Roca siguió este proceso durante unos minutos más, y, cuando acabó, tenía entre manos un trozo de madera tan fino que parecía un pergamino, con unos dibujos grabados sobre su superficie.
El Guardián, sin decir una sola palabra, se acercó al elfo, y le entregó este “pergamino”.
– Toma. Es un mapa que os llevará a las nuevas tierras.
Gildor se habría sorprendido, pues antes la Roca no le hacía el mínimo caso y ahora, sin embargo, le dio un valioso mapa. Sin embargo, no tuvo tiempo de hacerlo, ya que el monstruo, tras acabar de hablar, tosió más fuerte de lo normal, y se convirtió en polvo dorado.
– ¡Por la…! – Comenzó el explorador, pero calló, pues entendió que el Guardián de la Roca del Destino falleció.
Ambos aventureros, Gildor y Rokhan, se quedaron mirando como los restos de la leyenda que acababa de morir eran llevados por el viento.
– Pensaba que había más de un Guardián. – Dijo el elfo, tras la larga pausa.
– Yo también. – Contestó el trol, con su voz grave y tosca.
– ¿Y la vympel?
– Las, – Corrigió el alquimista. – Parece que ser solo fauna del Bosque.
– Dijiste que en las Tierras hay tan pocas, ¿Y en este lugar tan pequeño hay varias, sin embargo? – Preguntó el explorador, a quien todo esto parecía muy raro.
– Al parecer todo ser así. Pero no ser las vympel lo que preocuparme ahora. De hecho, ellas no preocuparme nada, pues los tres jóvenes que conseguir escapar las haber visto, y ellas ahora volar hasta sus nuevas presas…
– ¿Morirán? – Le cortó el elfo.
– Lo más probable ser que sí, – Contestó el trol, y siguió, – Ahora preocuparme lo que nosotros deber hacer.
Gildor, que no entendía de lo que hablaba el trol, preguntó:
– ¿Qué debemos hacer? ¡Seguir el mapa y encontrar esas nuevas tierras!
– No entenderme. – Rokhan se rascó la barbilla, – Nosotros poder hacer lo que dices tú, pero no creer que el Rey elfo estar contento. Yo creer que el Rey querer que nosotros ir a su palacio, y él ir con su grupo al paraíso.
– ¿Y tú querrías perderte una aventura tan apasionante como entrar en unas tierras que nunca antes pisó ningún otro ser? – Preguntó Gildor, intentando convencer al trol.
Y al ver las llamas que comenzaron a bailar en sus ojos, entendió que lo consiguió.
– Allá vamos, pues. – Dijo el elfo, guardando el mapa de la Roca en uno de los bolsillos de su cinturón, y girándose hacia el lugar de donde vinieron.
Capítulo 5:
El Paraíso
El viejo enano frunció el ceño. Venía de un almacén de comida, uno de los más importantes de este lado de Stonefort, y no estaba contento con lo que acababa de ver.
– Janus lo pagará caro, – Murmuró el diminuto personaje, abriéndose paso entre la fuerte ventisca, tan típica del oeste de Dol’Amoth en esta fría época del año. Tenía que encontrar a Janus Sicarius, el enano encargado de vigilar todos los almacenes de varios kilómetros alrededor de Grakafis, la montaña más alta de la zona. Quería saber por qué uno de esos almacenes, no muy grande, pero no carecía por ello de importancia, estaba revuelto, con clara evidencia de que alguien merodeó en él, y ese alguien estuvo ahí hace relativamente poco. Janus, como líder de la Guardia Invernal, podría traer una escuadra de búsqueda, con perros entrenados especialmente para encontrar personas en las nieves perpetuas del Reino Enano.
Mientras caminaba, tenía que agarrarse con una mano a la pared del estrecho paso alto que cruzaba, pues en la otra llevaba un pequeño hacha de guerra helado, que adquirió en el mismo almacén que acababa de inspeccionar.
De vez en cuando se veía obligado a entrar en alguna pequeña cueva lateral, que a veces podía encontrar en la pared de roca maciza, para limpiar la cara y la espesa barba de nieve.
Cuando llegó a la casa de Janus, excavada directamente en la montaña, que, a pesar de no tener un aspecto muy “lujoso”, demostraba que en ella vivía un enano de rango intermedio mediante unas esbeltas columnas, justo delante de la entrada,
Comenzó a golpear violentamente la puerta:
– ¡Janus! Abre, maldito bribón. ¡Seguro que estás durmiendo borracho, otra vez! – El enano argumentaba cada insulto con un fuerte golpe en la maciza puerta de madera.
Pero no antes de haber logrado hacer salir al líder de la Guardia, se fijó en un pequeño movimiento que consiguió divisar entre la fuerte ventisca.
– ¡Por las barbas de Mendhir! – Fue lo único que pudo susurrar el atónito mediano al ver una alta figura oscura, con un extenso saco en la espalda, que contrastaba con la luz del Astro Nocturno.
Antes de que el enano pudiera ver mejor al personaje, éste desapareció en una de las numerosas cuevas.
– ¿Seguro que esto era necesario? – Se quejó Gildor, desprendiéndose de la capa de color verde oscuro al entrar en la cueva donde él y su acompañante decidieron pasar esta noche. – Si alguien me hubiera visto robar estos víveres nuestro reino podría tener graves problemas, – El elfo acabó la frase dejando caer también el saco, donde anteriormente había guardado toda esa comida que “prestar” (así lo llamaba Rokhan) en el almacén enano.
– No deber preocuparte por ellos, ellos siempre poder cosechar más, – Balbuceó el trol, sin siquiera levantar la vista del fuego, donde, en un aparato de cobre muy raro, estaba fabricando una poción. – Nosotros necesitar comida.
Gildor se acercó al trol, se agachó junto a él, y levantó uno de los frascos, ya tapados, con líquido de color rojo (cada vial tenía una substancia de un color diferente).
– ¿Para qué haces esto?
El trol, algo molesto porque el elfo le interrumpió el trabajo, decidió contestar a las preguntas de éste, para poder seguir fabricando sus líquidos en tranquilidad.
– Ser elixir curativo. No ser tan bueno como las que hacer los alquimistas ancestrales de mi raza, pero ser capaz de curar daños leves.
– Interesante… – Murmuró Gildor, tirando el frasco al suelo (Rokhan lo cogió en el aire y lo dejó cautelosamente en su bolsa, y el elfo pudo ver unas llamas de odio bailar en los ojos del trol), y cogió otro, este con líquido amarillo – ¿Y esto?
– Una poción de agilidad… – Contestó el trol, suspirando. – ¿Poder dejarme acabar? Tener mucho trabajo que hacer.
– Bah, – Susurró Gildor, creía que todo esto era un dolor de cabeza innecesario.
Total, ¿Qué puede pasar en Dol’Amoth?
La roca a la que intentaba subir estaba helada y resbalaba, en más de una ocasión estaba a punto de caer, pero sabía que tenía que subirla, de ello dependía algo importante, y, aunque no podía recordar el qué, hacía todo lo posible para seguir avanzando.
Le parecía que estaba ya una eternidad subiendo esta fría y muerta montaña.
Por fin, logró alcanzar un pequeño saliente plano, donde decidió descansar.
Se sentó en el suelo, y comenzó a sacar comida de su inmensa mochila, cuando, de repente, algo le distrajo la atención.
Una pequeña grieta en la pared helada (a la cual antes apenas había prestado atención) comenzó a crecer y a “abrirse”.
Se levantó, y, poco a poco, fue acercándose al fenómeno.
A los pocos instantes, la grieta ya formaba una entrada a una larga cueva, que parecía una interminable boca de un gigante helado que acecha en las montañas para zamparse a los viajeros.
Sin pensarlo dos veces, entró en lo desconocido.
Apenas dio un par de pasos, cuando vio una figura acercarse. Intentó sacar su arco, y solo ahora se fijó que no lo tenía en su espalda, donde solía llevarlo. Maldijo por lo bajo, pero decidió caminar hacia la sombra que vio, pues siempre era un ser curioso.
Se sobresaltó cuando esta figura por fin salió de la penumbra. Se trataba de una mujer humana. Parecía joven, de mediana estatura y con unos rasgos físicos esbeltos y bellos. Su cabello de color negro azabache era largo, casi le llegaba hasta la cintura. Sus ojos eran de un color café oscuro, y por su mirada viva podría ver que es una persona con honor. Observaba a Gildor con una ligera sonrisa, pero era obvio que lo estaba estudiando, intentaba ver a través de él con la mirada. Llevaba una armadura ligera fabricada de cuero principalmente, pero con algunas partes de acero, que estaba compuesta por una coraza que le cubría el torso, unas grebas para las piernas y unos guanteletes para los antebrazos. Estaba adornada con unos finos motivos cuya procedencia Gildor desconocía, pero que parecían indicar que su portadora tenía un rango bastante elevado. Todo parecía indicar que era una armadura que daba mucha libertad de movimiento a la dueña, más que protección, parecida a la que llevaban los guardabosques de su Moonlight natal, así como diversos asesinos y espías que ha visto Gildor a lo largo de su vida. En su cinturón colgaban envainadas dos espadas de hoja curvada, varias dagas de formas diferentes y algunos accesorios más guardados en bolsas de cuero.
– ¿Quién, por la Roca del Destino, eres? – Preguntó a la mujer.
Ésta, en vez de contestar, le dedicó una hermosa sonrisa, y, de repente, se giró y caminó en dirección opuesta con paso rápido.
Pero no llegó muy lejos, pues en aquel momento salió otro humano, aparentemente mago. No era muy joven, y con aspecto completamente distinto: Llevaba una túnica amplia de colores oscuros, con una gran multitud de bolsillos inmensos. Su cabello oscuro, que le llegaba a los hombros, estaba sucio y engrasado. En su rostro se podía leer inteligencia y astucia, además de cierta pasividad.
La joven guerrera, al ver a este humano, se giró otra vez, y clavó su mirada en algo a lo que miraba el mago.
Se giro él también, y vio como otra figura, muy alta, con unos largos ropajes completamente negros (el color era tan intenso que parecía absorber todo lo que había alrededor), caminaba hacia ellos.
Aunque, decir que caminaba sería mentir, pues el intruso flotaba sobre el suelo. Sus pies no se veían entre los pliegues de su toga, que parecían tentáculos con vida propia.
A medida de que se acercaba, el aíre se hacía cada vez más tosco y perdía color.
Aquel ser de apariencia humanoide parecía irradiar un extraño aura de terror. Por fortuna para Gildor, esa entidad no tenía intención de atacarlo; el temor que inspiraba era de otro tipo: tenía el aspecto de un humano (o elfo) de edad mediana.
Cuando ya estaba a unas decenas de pasos de ellos, se pudo observar su rostro.
Sus ojos eran dos pozos oscuros de profundidad infinita que reflejaba la inmensa sabiduría que poseía aquel ser, que parecía haber visto muchísimas más cosas a lo largo de su vida que el más anciano de los elfos. Gildor se quedó atónito ante la presencia de aquel ser misterioso. El talento innato para percibir la magia que caracterizaba a la raza élfica le permitió a Gildor ver que el poder de aquel ser era enorme, demasiado grande para apreciarlo. Al entrar en la estancia donde se encontraba Gildor y los dos humanos, el ser misterioso giró la cabeza hacia el elfo y le señaló con el dedo, con una leve sonrisa en la boca.
Gildor despertó, y las llamas de la hoguera de la cueva lo cegaron unos instantes. Lo primero que vio fue como Rokhan, todavía ocupado con la elaboración de sus pociones, salió de la cueva. Pero esto no le importaba al elfo, la imagen del extraño (y, en cierto modo, horrible) mago todavía estaba clara y nítida en su mente.
– ¿Así que aquel mago que tu haber visto no haber dicho nada? – Preguntó el trol momentos más tarde, cuando Gildor le contó el contenido de su sueño.
– No, no pronunció palabra alguna. – Contestó el elfo mientras, envuelto en una manta, bebía un brebaje de setas que le dio el trol (según éste, la bebida le devolvería a la tranquilidad).
– ¿Por qué ese ser haberte inspirado tanto temor? – Preguntó otra vez Rokhan, tras unos segundos de meditación.
– No lo sé. Simplemente, el verlo… – El explorador tosió fuertemente en aquel instante, – En fin, no lo sé. En ese momento no podía moverme por el horror que de repente sentí.
El alquimista se levantó, y se retiró a un rincón oscuro de la cueva (parecía no ver la poción que fabricaba, que ahora estaba hirviendo).
– Todo esto ser muy raro. Una chica de piel morena no puede ser de las Tierras Robadas. Yo haber oído historias de humanos de otras tierras, ser llamados Alzandrii, pero pensar que no ser más que mitos, pero ella no importar. Un mago de túnica negra… – Rokhan suspiró, – Hoy en día no ser difícil encontrar un mago aventurero. Y él tampoco importar. El otro mago sí que importar… No ser fácil volar, y, según lo que tú decir, aquel parecer el Guía que haber visto Sirion el Navegante.
– ¿El Guía? – Gildor se rió, pero tuvo que parar a causa de un nuevo ataque de tos. – El Guía es un personaje mítico, una leyenda. Tan solo existe en los cuentos.
– Tú mismo saber que no todas las leyendas ser falsas, – Dijo el trol, con una asquerosa sonrisa en su cara.
El elfo tragó saliva. Hace solo unas semanas que estaba en presencia de uno de estos personajes que, según él, no existían.
– Además, – Siguió Rokhan, – Tú saber que el parecido ser indiscutible.
– ¡Pero entonces tiene que tener varios miles de años, como poco!
– ¿Y por qué no puede tenerlos?
Gildor suspiró, y bebió un sorbo más del brebaje.
– Tu poción está a punto de explotar, – Comentó el elfo, y su compañero, rugiendo, corrió hacia su caldero.
El elfo, para no dormirse, salió de la cueva, plantando cara a la fuerte ventisca. Estuvo así bastante tiempo, cuando el trol decidió salir a acompañarle.
– Yo haberlo pensado. – Gritó, para que elfo pueda diferenciar su voz entre el ruido del viento, – Tú, cuando haberme apresado, haber comentado algo sobre un mal sueño, una pesadilla.
El elfo estuvo recordando las semanas pasadas. Recordó su viaje a Stonefort, donde tenía que averiguar información sobre unos rumores acerca la conspiración contra Xenon. Luego como conoció al trol, luego el palacio del rey élfico…
– Ya lo recuerdo. No he visto esos sueños desde que entré en Moonlight.
Y era pura verdad, pues, el sueño que veía cada noche durante su pasada visita a Dol’Amoth, la pesadilla donde moría descuartizado por una bestia alada que le perseguía por un paso montañoso.
– ¿Tú conocer el lugar que haber visto en esos sueños? – Preguntó el alquimista, cuando Gildor le contó lo que veía una y otra vez hace tantas semanas.
– Lo dudo… Podría ser cualquier montaña de Dol’Amoth, o incluso alguna parte de la zona noreste de la isla de Theregard.
– El Destino estar jugando con nosotros, estar divirtiéndose, y nosotros de momento no poder hacer nada.
Dicho esto, Rokhan entró de nuevo en la cueva, dejando a Gildor solo con sus pensamientos.
Los cuervos, que estaban durmiendo tranquilamente en las ramas de unos árboles secos, se despertaron todos a la vez a causa del fuerte estallido que resonó por el bosque.
En un prado gris, se materializó una bola de cristal rojo, que, instantes más tarde, explotó (causando ese potente estallido), liberando dos cuerpos de su interior.
Las dos figuras – Una mucho más baja que otra, – Se levantaron rápidamente, y comenzaron a gritar, corriendo de una parte a otra.
Los cuervos observaban como los intrusos corrían, hasta que el más bajo chocó contra un árbol.
– ¡Víctor! – Gritó el personaje que acababa de estamparse con el tronco, – ¡Víctor, cálmate!
Tras decir eso, la figura se levantó, y agarró al individuo más alto de la túnica, impidiéndole seguir corriendo.
Víctor, que no se lo esperaba, se cayó para atrás, aplastando a su compañero.
– ¡Gloid! – El humano sacó a la figura más baja de bajo suya y comenzó a estrujarlo, – ¡Corre! ¡Nos van a coger!
– ¡Víctor para! – Gloid, tras conseguir que el humano le suelte, se levantó, y limpió sus ropajes del polvo. – Víctor… ¡Ya estamos lejos de ahí!
– ¿Qué? ¡Pero si hace unos instantes estábamos en el Bosque del Destino, con esa maldita criatura destrozando a nuestros compañeros!
– ¡Ya lo sé! Pero fíjate: ¡Este lugar es distinto!
Víctor se levantó también, y comenzó a observar su entorno. A simple vista, no diría que se han ido muy lejos. Pero, mirando más fijamente, vio que lo que decía el enano era verdad: Este lugar era diferente. Aquí no estaba la niebla.
Y entonces comenzó a distinguir una enrome silueta oscura detrás de los árboles más cercanos.
Aunque estaba atemorizado, decidió ir a ver lo que era. Sabía que Gloid estaba cerca porque oía sus indecisos pasos, pero ninguno de los dos dijo una sola palabra.
Ni siquiera cuando vieron una inmensa torre oscura, elevándose más allá de las nubes.
– ¿Por qué estás tan seguro de que tenemos que subir esta montaña? – Se oyó el grito del elfo, mientras ambos subían una nueva cuesta (Gildor, en un principio, intentaba contar las montañas que subían, pero su cuenta se desvió tras una tormenta, y decidió dejar esta pequeña diversión.)
– Porque ese mapa que tú haber inspeccionado tanto tener un pequeño punto de luz arcana justo ahí, y, además, porque ser la más alta de la zona y tener forma muy rara, – Contestó el trol, haciendo caso omiso al comentario (“Lógico”) de su compañero, – No deber gritar.
– ¿Y a que viene tal cautela? – Preguntó otra vez el elfo, que estaba de buen humor esta mañana. Y tenía cierta razón: Tras la tormentosa semana que pasaron en alta montaña, un día asoleado y tranquilo se convirtió en una pequeña alegría para los dos viajeros.
¿Quién sabía cuánto tendrían que caminar aún?
– Ser así porque nosotros ser seguidos, – Respondió el alquimista, entrecerrando los ojos de tal manera que parecían pequeñas rayas amarillas, – La noche pasada. Dos hogueras en el horizonte.
El elfo, que dejó de sonreír, miró a su alrededor, como si esperaba ver a sus perseguidores ahora mismo.
El trol, sin embargo, sonrió, y dijo:
– Pero no hay que preocuparse, si somos lo suficientemente rápidos no nos alcanzarán.
A pesar de que estas palabras no consiguieron apaciguar a Gildor, sí que le divirtió que el trol consiguió formar una oración sin su acento primitivo (y, de hecho, se pasó varias horas divirtiéndose aún más recordándoselo a su compañero.)
Llegaron a un valle sin salida hacia el mediodía.
– ¿Y bien, oh sabio señor? – Preguntó el explorador, con su típico tono sarcástico, – ¿A dónde debemos ir ahora?
El trol, inspeccionando las grietas de las paredes, decidió lo peor: Escalar una superficie casi vertical, el final de la cual no era visible gracias a una nube baja.
– Tu darme tus cuerdas élficas.
– ¿Las cuerdas? – Se sorprendió de nuevo Gildor, sin conseguir entender cómo iban a subir la ladera vertical con las cuerdas que les regaló Xenon, junto a otros artilugios que les podrían servir en el viaje. A pesar de que estas cuerdas eran hechas por los famosos artesanos de Moonlight, no podían servirles mucho para escalar montañas.
Cual fue la sorpresa del elfo cuando Rokhan, tras un pequeño ritual en el que empleó unos extraños palillos que sacó de una de sus múltiples bolsas, animó las cuerdas.
Gildor no tenía una descripción más exacta a lo que veía: Las cuerdas que el trol dejó en el suelo levantaron sus “cabezas”, y comenzaron a deslizarse por el suelo a modo de serpientes. Al llegar a la pared, sin detenerse un instante, comenzaron a reptar por la ladera vertical igual de fácil que lo hacían por el suelo.
En unos instantes, los extremos de las cuerdas (que, al parecer, ejercían el rol de sus cabezas) desaparecieron entre las nubes. Esperaron varios minutos, ambos quietos y en silencio.
Cuando el elfo ya quería preguntar al trol que esperaban, los otros extremos de las cuerdas (las “colas”) se ataron en nudos.
Entonces Rokhan se movió; caminó directamente hacia la cuerda y, sin pensarlo dos veces, saltó en una de ellas y comenzó a subir. Gildor balbuceó algo incomprensible, y entonces el alquimista giró su cabeza para mirar a su compañero. Estas cuerdas… – Comentó el elfo.
– Haber subido y haberse atado a algún saliente seguro.
– ¿Por qué estás tan seguro?
– Porque sus colas haberse atado, – Rokhan, al parecer, ya estaba cansado de dar explicaciones, – ¿Tú seguirme, o quedarte?
La verdad es que Gildor dudó un momento. ¿Cuánto tiempo conocía al trol? Apenas unas semanas, ¿Cómo podía confiarle?
Sin embargo, para ser justos con el elfo, estas dudas duraron solo un instante. Pasado éste, también saltó a la cuerda y comenzó a trepar tras el trol, que ya había desaparecido en la blanca seda de las nubes.
Subieron en tan solo unos minutos, a pesar de que hubo un momento en el cual Gildor casi se suelta y cae desde una altura inmensa. El elfo se alegró cuando por fin llegó a pisar tierra firme, aunque su alegría no duró mucho.
Estaba en aquel saliente helado que vio en su pesadilla. Incluso la cueva, ese agujero negro que atraía y repelía a la vez, estaba ahí.
Cuando se lo contó al trol éste suspiró, como si se esperara encontrar esto aquí arriba.
– Todo esto ser malos augurios, – Comentó Rokhan, que, al parecer, estaba igual de preocupado que el elfo, – Tú no ser mago pero tener sueños proféticos.
– ¿Crees que todo lo que vi en el sueño… se repetirá? – Preguntó el explorador, recordando a aquel horrible mago, y sus profundos ojos. No se lo contó a Rokhan, pero aquella vez sintió ser atrapado por su mirada, en esos ojos veía una sabiduría inmensa. Esos ojos debían de haber visto cosas horrorosas.
– Ser probable. O, quizás, solo repetirse en parte, – Tras decir esto, el alquimista se dirigió hacia la oscura entrada.
– ¿No pensarás entrar ahí, verdad? Puede ser peligroso.
– Gildor, parece que tú no entenderlo. El mapa que la Roca habernos dado tener un punto amarillento justo entre cuatro montañas… La más sureña de las cuales ser esta. Ahí haber algo.
El elfo, que casi se había olvidado de la existencia de aquel punto que hacía unas semanas encontró Rokhan en el impreciso mapa del Guardián de la Roca, no parecía estar convencido.
– Estar bien, ¿Tú vas a perderte una aventura como esta?
– Parece que ahora intercambiamos los roles, ¿Eh? – Sonrió el explorador, – Ahora tú eres el aventurero entusiasta. Pero en fin, tienes razón. Si no entramos jamás sabremos que hay ahí dentro.
El elfo se dirigió a la entrada de la cueva, dejando tiempo al alquimista para preparar su botella luminosa.
Gildor estaba nervioso. Ya estaban caminando por el pasillo helado de la cueva durante más de una hora, y todavía no vieron nada raro.
“¿Tú preferir que esto esté lleno de enemigos?”, respondió Rokhan cuando decidió compartir con él sus preocupaciones.
– No, pero es raro: estamos caminando durante tanto tiempo, y el túnel todavía no tuvo una sola bifurcación. No parece ser una cueva natural, ¿Pero quién podría excavar un pasadizo tan largo? Ni siquiera los enanos lo harían, – El elfo se estremeció otra vez observando los deformados reflejos de sus siluetas en el hielo azul, y añadió, – Hace demasiado frío.
– ¿No haberte fijado en que el túnel estar dando vueltas hacia arriba? Nosotros estar subiendo.
Al oír esta noticia (que el explorador consideraba agradable), Gildor dejó de interrogar a su compañero – Rokhan ya parecía estar cansado de tantas preguntas suyas.
Pasaron muchas horas más antes de que Rokhan, de repente, apagara su botella luminiscente justo delante de Gildor, dejando a éste en completa oscuridad.
– ¿Se puede saber, por la Roca del Destino, qué haces? – Preguntó el elfo molesto, mientras, lentamente, se cambiaba a la visión calorífica.
– Yo haber visto luz adelante. Mira. – Susurró el trol, señalando hacia delante (Gildor ya podía ver su mano, pero, en oír lo que dijo, paró el proceso de cambio de vista, y devolvió sus ojos al mundo de las luces.)
Al principio no veía nada. Pero en unos instantes, consiguió ver un débil rayo luminoso que provenía de algún lugar lejano, y no pudo resistirse para no correr hacia a él, haciendo caso omiso a Rokhan, quien gritó su nombre antes de echarse a correr tras él.
– ¡Maldición, elfo! – Jadeó el trol cuando, por fin, logró alcanzar a Gildor, quién momentos antes paró, – Si tú seguir comportándote de la misma forma descuidada, nosotros no llegar muy lejos. ¡Tú ni darte cuenta cuando una flecha atravesar tu…! – Sin embargo, Rokhan jamás pudo terminar su maldición, porque por fin se fijó en lo que estaba mirando el elfo. Estaba nevando. El trol, mientras perseguía a Gildor, no se dio cuenta de que ambos salieron al aire libre. Lo que vieron al final del túnel era la luz de las Estrellas, que brillaban en el tranquilo y limpio de nubes cielo nocturno. Los copos de nieve bajaban lentamente, con un extraño efecto apaciguador y tranquilizador.
– Esto… ser magnífico… – Comentó el trol, sin poder apartar la vista del maravilloso cielo.
– Me alegra saber que incluso una criatura tan abominada como tú puede apreciar la belleza de la naturaleza, Rokhan, – Dijo el elfo, sonriendo.
El trol, por fin, dejó de mirar las Estrellas y observó el lugar en el que se encontraban. Se trataba de un valle, – No muy grande, – Rodeado de cuatro altas montañas, y con una extraña y alta pila de piedras en el medio. Aquí y allá se veían diversos árboles, con las ramas caídas bajo el peso de la blanca nieve.
– Creo que debemos seguir, – Dijo Gildor tras varios minutos, siendo capaz de deshacerse del encanto del lugar antes que su compañero, – ¡Rokhan! Hay que ir.
– Sí… – Carraspeó el trol, que al principio miraba todo a su alrededor con vista nublada. Luego estremeció la cabeza, como si quería librarse de un sueño. – Desde luego. ¿Qué parecerte aquellas rocas?
– Están justo en el medio del valle, y parecen tener la misma altura que las montañas que nos rodean, como poco.
– Deber fijarte, además, en que eso ser el único lugar del valle que no está cubierto por la nieve. – Añadió Rokhan, y Gildor comprobó que en efecto, las rocas destacaban por su intenso color grisáceo, contrastando con lo blanco del resto del lugar.
– Entonces vamos para allá, alquimista.
Llegaron hasta la primera roca “extraña” en tan solo unos momentos. Las distancias parecían más largas de lo que en realidad eran en este lugar, o bien el tiempo corría más rápido.
El trol, nada más acercarse a estas rocas, se agachó cerca de una, y la tocó.
– Estar caliente, – Fue lo único que dijo.
Gildor quería hacer lo mismo que su compañero para comprobar si era verdad lo que decía, pero no pudo, pues justo en ese momento oyó un extraño grito provenir de detrás suya.
Ambos, elfo y trol, se giraron a la vez.
Y divisaron un enorme pájaro negro volar hacia ellos a gran velocidad. Rokhan miró a Gildor, y éste le devolvió la mirada.
– Corre. – Susurró el alquimista.
Al no tener otra salida, los dos aventureros comenzaron a correr hacia la pila de rocas. Pronto, vieron un estrecho camino lateral, que subía casi en picado hacia la cima del extraño monte.
Gildor jadeaba, ya no podía más. Oía la bestia detrás, cada vez más cerca. Sabía que pronto le atraparía, y ni tan solo podía imaginar lo horrorosa que sería su muerte.
Y, entonces, chocó contra el trol y se cayó, tirándole al suelo a él también.
– ¡Rokhan! – Gritó el explorador, entre jadeos, – Me acordé, ¡Esta es la escena que vi en mi primer sueño “profético”! ¡En ese sueño escapaba de este pájaro! ¡Tenemos que correr, rápido!
– Gildor…
– ¡¿Qué?!
– Nosotros estar en la cima de la pila, y el pájaro haber desaparecido.
Gildor se tragó otro grito que quería salir de su garganta, e intentó tranquilizarse. Giró su cabeza, pero no vio a la bestia alada en ninguna parte. Solo ahora se fijó en que ya no la oía.
Entonces hizo caso a su compañero, y observó el lugar donde se encontraban.
Mientras escapaban de la criatura, habían escalado toda la roca, y, efectivamente, se encontraban en su cima. Desde aquí se veía todo el valle (Gildor buscó instintivamente al pájaro por alguna parte, pero no lo vio), e incluso las montañas que estaban más allá de las “paredes” montañosas de éste.
– Gildor.
– ¿Qué?
– Acércate.
El elfo, haciendo caso omiso a que el trol había conseguido pronunciar otro verbo sin su horroroso acento, se acercó.
Y vio una extraña bola negra en un pedestal de mármol, también negro.
– ¿Qué es esto? – Preguntó el elfo, acercándose al objeto extraño.
– Yo no saberlo, – Contestó el trol, haciendo lo mismo que su compañero.
Al acercarse, vieron que del pedestal de mármol salían dos colmillos gigantes, con extraños grabados por sus lados. También vieron que esta bola tenía una pequeña luz violeta en su interior, justo en el centro.
Y, de repente, Gildor sintió un extraño deseo de tocar la lisa superficie del extraño orbe. Un deseo al que no pudo resistirse.
– ¡Gildor, no! – Oyó el grito del alquimista, pero su mano ya había rozado la fría piedra del objeto.
Justo en ese momento, esa pequeña luz de su interior se hizo más grande. Gildor dio un paso hacia atrás, pero la luz iba creciendo cada vez más, y, al final, le atrapó.
Al elfo le pareció que algo pesado le golpeó en la cabeza, y que sus piernas se metían bajo tierra. Luego el mundo comenzó a dar vueltas, el explorador no podía ver nada más que esa luz violácea.
Todo acabó tan pronto como comenzó.
Gildor pudo ver de nuevo, y lo primero que vio fue un Rokhan que parecía salir del orbe que acababa de tocar el elfo.
Aunque este orbe parecía más grande, y los colmillos laterales también tenían un tono violeta…
Entonces el explorador miró a su alrededor, y casi cae al suelo, inconsciente.
Ambos, trol y elfo, se encontraban en una montaña muy alta, formada por rocas violetas y azules. Lo particular de esta montaña era su extraña forma: Apenas tenía una decena de metros de ancho, pero se elevaba a varios kilómetros de altura.
Sin embargo, aún más le impactó a Gildor lo que se encontraba a su alrededor.
Cientos, sino miles de montañas iguales, pero acabadas en una afilada punta, se veían casi hasta el horizonte. A lo lejos podían verse unas montañas convencionales, aunque diez veces más altas que cualquier monte de las Tierras Robadas. Y a la derecha, el elfo vio un mar. A pesar de que las aguas parecían normales, había algo aterrador en esa masa de líquido violeta – Gildor no podría ni tan solo afirmar que era agua.
Todo el paisaje tenía esos colores oscuros y fríos, las rocas eran casi completamente lisas y, cómo no, violetas.
El cielo estaba oscurecido por una densa capa de nubes oscuras, y, a lo lejos, se podían observar varios relámpagos.
– El Paraíso, – Susurró Rokhan.